domingo, 22 de marzo de 2009

Crítica Literaria: "El Llano en llamas" (3° medio diferencial- profesora Miriam Videla)

El 30 junio de 1945 la revista América publica el primer texto que de Juan Rulfo (1917-1986) se conoce: el relato “La vida no es muy seria en sus cosas”. Él acababa de cumplir 28 años. Así se inicia, editorialmente, una de las carreras literarias más extrañas y sorprendentes de la literatura hispanoamericana. Pero su gestación como escritor comienza en el verano de 1932, cuando abandona el orfanatorio Luis Silva de Guadalajara; regresa a San Gabriel y se dedica a leer febrilmente. Al concluir el sexto grado del orfanatorio, intentó ingresar a la Universidad de Guadalajara, pero una larga huelga -que se prolongó por más de dos años- le llevó al Seminario Conciliar de San José en Guadalajara: el escritor señaló “No me gusta el seminario, no quiero ser padre, pero me voy porque quiero recorrer el mundo”. Durante el verano de 1933 pasa a tercer año, el siguiente año reprueba latín; no quiere presentar el examen extraordinario y deja el seminario en agosto de 1934.1
Rulfo volvió a San Gabriel y también fue a Apulco, donde leía hasta el amanecer. Esperanza Paz viuda de Severiano Pérez -hermano mayor del escritor- recuerda que estuvo unos nueve meses y, “se la pasaba en la noche escribiendo, leyendo, fumando y tomando su taza de café”. Además de literatura, Rulfo lee historia y toma fotografías. “Juan -recuerda su hermana Eva- constantemente tomaba muchas fotos desde que salió del seminario. Sacó premios en la revista Jueves de Excélsior y en El Informador.” “Tenía -evoca el escritor- una camarita Agfa de cajoncito. Me costó once pesos de segunda mano. El revelado y las impresiones me las hacían en los laboratorios Julio, en Guadalajara. Estaban frente al cine”. También practica el alpinismo, incluso gana la carrera anual de ascenso al cerro situado a espaldas del Santuario de San Gabriel, señala Juan Antonio Ascencio, biógrafo del escritor.2
Rulfo -cuyo nombre consignado en el acta de nacimiento es Juan Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno-3 a los 17 años ha definido su vocación literaria. En 1933 realiza su primer viaje a la ciudad de México, y vuelve entre el verano y otoño de 1935. Persuadido por su tío, el coronel David Pérez Rulfo, ingresa al colegio militar. El compositor Blas Galindo (1910-1993), nacido en San Gabriel, recuerda “Una vez, ya de joven, regresó vestido de militar; traía su espadín y todo eso...”.4 Pocas semanas después deserta. La presencia indeleble de la violencia de la guerra cristera, pero sobre todo del asesinato de su padre a manos de un peón, fueron motivos que lo alejaron de la milicia. En diciembre de ese año el subsecretario de Guerra y Marina, general Manuel Ávila Camacho, recomienda al joven Pérez Vizcaíno con el jefe de Migración de Gobernación: al mes siguiente, el futuro escritor recibe su primer nombramiento en esta Secretaría, como “Oficial Quinto”. Al mismo tiempo intenta estudiar leyes en San Ildefonso. No lo consigue. Tampoco puede ingresar como alumno a Filosofía y Letras de la UNAM, que está en Mascarones. Asiste como oyente a ambas carreras. Sus certificados académicos son insuficientes y no son reconocidos los estudios del seminario. Son tiempos de grandes proyectos para el joven jalisciense, aunque nos los comparte con nadie; la timidez, la reserva y la pesadumbre siempre le siguieron.
Entre 1936 y 1946 Rulfo laboró en la Secretaría de Gobernación, en medio de muchos cambios de adscripción y no pocos viajes; ahí conoce a Efrén Hernández (1904-1958) que se convertirá en mentor, amigo y único lector de sus borradores. En este lapso se gesta toda su obra y empieza a publicarla en América y Pan. La austeridad y una salud frágil signaron estos primeros años de Rulfo en Gobernación en cuyas oficinas empezó a escribir -entre 1936 y 1937- “El hijo del desaliento”, esa novela fallida de la cual sólo quedó el fragmento “Un pedazo de noche”.5
La revista Pan de Guadalajara -hecha por Juan José Arreola y Antonio Alatorre- en sus ocho meses de existencia le publicó a Rulfo “Nos han dado la tierra” (núm. 2) y “Macario” (núm. 6) en julio y noviembre de 1945. La relación que el escritor de Apulco tuvo con América, de cuyo consejo de colaboradores formó parte, es mucho más prolongada y sólida. Efrén Hernández lo estimuló y auguró los alcances de su talento. En junio de 1946 (núm. 48) esta revista publica el primer texto crítico sobre Rulfo, escrito por su director, Marco Antonio Millán, que anota: “Juan Rulfo se ha distinguido desde sus primeras letras publicadas, por una fresca sencillez soleada de tierra provechosamente llovida y por una hondura de visión poco comunes en nuestro medio literario, dentro del cual habrá de ocupar tarde o temprano el puesto que le van ganando sus pensamientos”. Y en diciembre de 1950, además de “El Llano en llamas”, aparece una nota anónima elogiosa sobre Juan Rulfo:
...cuya calidad empiezan a reconocer ya tirios y troyanos, no está conforme con ser considerado el que mejor de los cuentistas jóvenes ha penetrado el corazón del campesino de México. Ahora aspira a realizar una novela grande, con una compleja trama sicológica y un verdadero alarde de dominio de la forma, a la usanza de los maestros norteamericanos contemporáneos. Mientras realiza tal empresa estará imprimiéndose en nuestros talleres un volumen que recoge con algunos nuevos, los cuentos suyos publicados en estas páginas desde hace cuatro años.6
Se ha repetido que Efrén Hernández sacó del basurero textos que ahora son clásicos; el mismo cuentista, editor y librero escribió en febrero de 1948 con el seudónimo de Till Ealling:
Nadie supiera nada acerca de sus inéditos empeños, si yo no, un día, pienso que por ventura, adivinara en su traza externa algo de lo que delataba; y no lo instara hasta con terquedad, primero, a que me confesase su vocación, enseguida, a que mostrara sus trabajos y a la postre, a no seguir destruyendo. Sin mí, lo apunto con satisfacción, “La Cuesta de las Comadres”, habría ido a parar al cesto. No obsta, la ofrezco como ejemplo.
Inmediatamente se verá que no es mucho lo que dentro del género se ha dado en nuestras letras de tan sincero aliento.7
Y en junio de 1951 se publica en el número 66 “¡Diles que no me maten!” y concluye, así, la serie de cuentos publicados en Pan y América, antes de reunirse en El Llano en llamas. La aparición de los cuentos muestra la pausada constancia del escritor; al mismo tiempo que iniciaba los bosquejos de nuevos textos moldeaba y pulía los ya terminados.
Los cuentos publicados en América suman ocho, aunque el primero, “La vida no es muy seria en sus cosas”, no se incluye en El Llano en llamas; este libro contiene en su primera edición -además de los relatos publicados en Pan y en América- los siguientes: “El hombre” (cuyo título original fue “Donde el río da vueltas”), “En la madrugada”, “Luvina”, “La noche que lo dejaron solo”, “Acuérdate”, “No oyes ladrar los perros”, “Paso del Norte” y “Anacleto Morones”, nunca publicados antes en periódicos o revistas.
La escritora catalana Nuria Amat nos recuerda en su biografía Juan Rulfo, el arte del silencio un dato significativo: todos los textos que Rulfo publicó en América, los acompaña de fotografías tomadas por él mismo, hasta que se reúnen en un libro. Desde entonces el escritor y el fotógrafo, que son la misma persona, no vuelven a compartir sus espacios en textos de ficción. Para el escritor jalisciense la fotografía es sólo una afición; claro, tampoco se considero un escritor profesional (en 1959 le dijo a José Emilio Pacheco, “El oficio es para los carpinteros. Si el escritor lo adquiere ganara en artesanía lo que pierde autenticidad”). Sobre las imágenes en blanco y negro Rulfo señala que lo remiten: “a otros mundos. Son documentos de una ausencia casi metafísica. Mudas, las figuras te miran como esperando la oportunidad de decir algo”. Amat afirma que “Fotografiar es para Rulfo poner el punto final a un relato” -pero aclara que en el caso de los textos publicados en América-, “las imágenes forman parte del texto, no lo ilustran”. Compara a Rulfo con G. W. Sebald (1944, Allgäu -Baviera-; 2001, Norfolk, Inglaterra) que también acompaña sus textos de imágenes. Las imágenes en Rulfo “vienen a ocupar los espacios blancos del recuerdo, ese lugar donde hasta la palabra se convierte en ruido o desaparece en un fugaz pasado”, Mientras el mismo Sebald afirma que la inserción de fotografías en sus libros, “suspenden el fluir del relato, crean hiatos de lectura”.8
Se ha visto la importancia de América en la carrera de Rulfo; tan significativa como después lo sería el Centro Mexicano de Escritores, donde obtiene una beca por dos periodos consecutivos de 1952 a 1954; ahí encuentra en la escritora estadounidense Margaret Shedd, uno de los apoyos más importantes en su fortalecimiento como escritor. En el Centro se inicia el camino al reconocimiento lento pero indiscutible, a pesar de los becarios detractores y escépticos que dudaban de su obra. Rulfo terminó siendo un símbolo en el Centro donde él mismo fue asesor cerca de 20 años.
En el discutido artículo, entregado a la agencia EFE, “Cumple 30 años Pedro Páramo”, Rulfo recuerda que en 1952, “Arnaldo Orfila Reynal, Joaquín Díez-Canedo y Alí Chumacero iniciaron en el Fondo de Cultura Económica la serie ‘Letras Mexicanas’. Me pidieron mis cuentos...”9 Orfila Reynal en sus memorias matiza un poco el hecho: El crítico José Luis Martínez fue a visitarlo, acompañado de Rulfo: “Me lo presenta y me dice: éste es un joven escritor que tiene un libro de cuentos muy interesante. El llano en llamas (sic)10. Rulfo se sentó ahí muy quietito, no hablaba casi nada. Me dejó su libro y se lo publiqué”. Aunque ya antes un original se había quedado en la revista América. Cuenta Marco Antonio Millán que “Cuando Rulfo logró la reunión de sus cuentos, le ofrecimos publicarlos [...]. Ya muy avanzado el proceso, recibí una sorpresa: El Llano en llamas apareció en una de las más importantes colecciones del Fondo de Cultura Económica. Reclamé a Juan. Él evitó explicaciones. No volvimos a hablarnos en mucho tiempo”.11
Sobre el proceso de creación de su primer libro, Juan Rulfo señaló a Elena Poniatowska en 1980 que desde la década de los cuarenta “ya tenía yo escritos la mayoría de los cuentos y otros más que nunca aparecieron ni aparecerán jamás porque escribí cerca de cuarenta o cincuenta cuentos pero los que entregué al Centro Mexicano de Escritores fueron quince cuentos, menos de la mitad...”12
El Llano en llamas se terminó de imprimir el 18 de septiembre de 1953 (número 11 de la Colección Letras Mexicanas), con viñeta de Elvira Gascón. Los textos incluidos en la primera edición son: “Macario”, “Nos han dado la tierra”, “la Cuesta de las Comadres”, “Es que somos muy pobres”, “El hombre”, “En la madrugada”, “Talpa”, “El Llano en llamas”, “¡Diles que no me maten!”, “Luvina”, “La noche que lo dejaron solo”, “Acuérdate”, “No oyes ladrar los perros”, “Paso del Norte”, y “Anacleto Morones”.
En 1955 se publican “El día del derrumbe” (México en la Cultura, núm. 334) y “La herencia de Matilde Arcángel” (Cuadernos Médicos, núm. 5); Metáfora también lo publica (núm. 4) con el título “La presencia de Matilde Arcángel”. Estos dos cuentos se agregaron a partir de la novena reimpresión -de la colección Popular del Fondo de Cultura Económica- de 1970, edición en la cual se suprimió “Paso del Norte”. Este cuento reapareció en la colección Tezontle en 1980 (que coincidió con el Homenaje Nacional que el gobierno mexicano tributó al escritor), aunque se le suprimieron 17 líneas. Ya en 1977 se publicó en la edición de Biblioteca Ayacucho -preparada por Jorge Ruffinelli- pero en esta edición fueron 39 las líneas que desaparecieron, respecto de la primera edición.
Habrá que preguntarse si “Paso del Norte” no convenció estilísticamente a su autor; si al final deseaba desaparecer cualquier vestigio que vinculara, en su ficción, a la capital del país con la provincia, o si sólo quiso evitar posibles repercusiones políticas. El dolor que le dejó la guerra y la muerte agitada e intempestiva del padre y muchos parientes, lo volvió cauteloso ante la Iglesia y el Estado. Es explicable si recordamos que en su propia familia había cristeros y anticristeros. El fragmento suprimido en la edición del Fondo dice:
-Oye, dicen que por Nonoalco necesitan gente pa la descarga de los trenes.
-¿Y pagan?
-Claro, a dos pesos la arroba.
-¿De serio? Ayer descargué como una tonelada de plátanos detrás de la Mercé y me dieron lo que me comí. Resultó conque los había robado y no me pagaron nada y hasta me cusiliaron a los gendarmes.
-Los ferrocarrileros son serios. Es otra cosa. Hay verás si te arriesgas.
-¡Pero cómo no!
-Mañana te espero.
Y sí, bajamos mercancía de los trenes de la mañana a la noche y todavía nos sobró tarea pa otro día. Nos pagaron. Yo conté el dinero: Sesenta y cuatro pesos. Si todos los días fueran así. 13
Los cuentos que más le satisfacían a Rulfo eran: “Luvina”, “No oyes ladrar los perros” y “Diles que no me maten”. Este último, al parecer, es el que más le gustaba. En 1979, al revisar El Llano en llamas y Pedro Páramo, su autor comentó que desearía dejar fuera “Macario” porque era muy fuerte la presencia de Faulkner.
Durante más de tres décadas El Llano en llamas se inició con “Macario”, pero en la revisión de 1979 se cambió el orden de los cuentos. Rulfo se propuso un orden cronológico, no de publicación sino de escritura.14
Los cambios que han tenido los cuentos no han sido pocos: en los manuscritos; en las publicaciones periódicas y después en las distintas ediciones del Fondo de Cultura (la última fue en 1996, una edición facsimilar de la primera), sin contar las erratas y los cambios de puntuación que los correctores hicieron en la primera edición y las sucesivas reimpresiones. Además de todas las variantes de las ediciones extranjeras; por ejemplo Planeta de España cambió palabras al español peninsular. Las ediciones críticas conocidas son la de la colección Archivos, de la Unesco15, la de Cátedra16. Y la Fundación Juan Rulfo publicó, lo que han llamado la edición “definitiva”, de Plaza y Janés (del Grupo Random House-Mondadori, que publica en los sellos Sudamérica en América del Sur y Debate para España), de la cual circula profusamente en México la edición de Biblioteca Escolar (su primera edición es de 2000 y en marzo de 2003 apareció la quinta reimpresión).
Un tema imposible de abarcarse aquí es el de las ediciones definitivas. Ahora sólo me pregunto ¿No es más lógico aceptar como definitiva la última edición que el propio escritor corrigió? De otro modo, habrá que matizar y distinguir entre una edición definitiva -la última revisada por su autor- y una edición crítica y anotada a partir de documentos, borradores y contextualizaciones.17
En 1979 Rulfo realizó, si no la única, sí la última revisión sus cuentos y su novela; debemos tener presente que trabajó en una edición de 1979 y no del “original” mecanografiado entregado a la editorial para su publicación. Los lectores de Rulfo nos enfrentamos a un elemento que ha provocado una desmesurada glosa, crítica e interpretación sobre este autor: la ambigüedad. Volver más precisa la ambigüedad en Rulfo es un reto que exige intuición más que deducción y alcanza el enigma (por ejemplo, ¿el nombre del cuento “Luvina” -en su origen Loobina- designa al pueblo de la Sierra de Juárez descrito, al profesor rural o del recaudador, que -en apariencia- dialogan en la historia?).18
El Llano en llamas, no tuvo la recepción que tuvo Pedro Páramo (1955), pero en ambos casos, algunos críticos y comentadores han dicho que la respuesta de la crítica hacia Rulfo fue inexistente en el primer momento. No deja de sorprender que luego de medio siglo se siga repitiendo esta afirmación equivocada. La respuesta de la crítica en El Llano en llamas fue más discreta que la resonancia que tuvo la novela, pero hay suficientes ejemplos que muestran que la colección de cuentos no pasó inadvertida: Francisco Zendejas, Salvador Reyes Nevares, Edmundo Valadés, Alí Chumacero19, Arturo Souto, Emmanuel Carballo y Sergio Fernández publicaron sobre la obra de Rulfo de noviembre de 1953 a marzo de 1954. Tal vez por modestia, por reticencia o desdén a los críticos, el propio Rulfo no quiso ver o no pudo aceptar la atención que dedicaron a su obra, y en la novela fue más evidente: además del multicitado y mal leído texto de Chumacero, Carlos Blanco Aquinaga en “Realidad y estilo de Juan Rulfo”20 escribe en octubre de 1955 -en mi opinión- el ensayo más importante para la crítica rulfiana en por lo menos 15 años. Y un mes después Carlos Fuentes publica una breve nota sobre la novela en la revista francesa L’Espirit des Lettres.21 Blanco Aguinaga y Fuentes, junto con la traducción de Pedro Páramo al alemán de Mariana Frenk -en 1958- abrirían el camino hacia el reconocimiento internacional de Rulfo, aunque ciertamente no fue tan inmediato. Ahora el tiempo y su perspectiva nos favorecen, pero a finales de los años cincuenta, muy pocos entendían la significación de la obra de Rulfo.
Rulfo señaló que mientras gestaba en su interior Pedro Páramo, iba escribiendo -para familiarizarse- los relatos de El Llano en llamas. Es la lucha por una obsesión artística: escribir lo que nunca nadie ha escrito antes. “Desde luego no es porque no exista una inmensa literatura, sino porque para mí, sólo existía esa obra inexistente y pensé que la única forma de leerla era que yo mismo la escribiera. Tú te pones a leer y no hallas lo que buscas. Entonces tienes que inventar tu propio libro”22. Y esa aspiración le exigió sacudirse los ornamentos retóricos hasta alcanzar el ideal de la síntesis expresiva: “Lo que yo quería era hablar como un libro escrito. Quería no hablar como se escribe, sino escribir como se habla”.23
El Llano en llamas, más que la creación de atmósferas -concentradas en Pedro Páramo- es la búsqueda de tonos y registros de concisa elementalidad; la depuración de un estilo que aspiraba al mismo tiempo a la síntesis y ambigüedad discursivas (la pluralidad significativa). La escritura del los cuentos y la novela fue paralela.
El Llano en llamas es la muestra de un talento insondable, incluso para el propio escritor; es la evidencia de una perseverancia que se acompañó de una rara intuición: saber llegar con cautela y seguridad al lugar idóneo, en el momento preciso. Con excepción de El gallo oro y otros textos para cine (Era, 1984), ningún libro de Rulfo se publicó después de Pedro Páramo. El silencio24 se apoderó de él y lo cubrió con una tortura indecible y le dejó la posteridad que ahora, no si extrañeza, nosotros seguimos presenciando.

Notas:
[1] Véase, Antonio Alatorre, “La persona de Juan Rulfo, Literatura Mexicana, Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM, vol. X, nums. 1-2, 1999, p. 229.
[2] Juan Antonio Ascencio, “Juan Rulfo un extraño en la tierra”, México, 2002, pp. 82, 83. Versión compuescrita, pp. 82 y 83.
[3] Alberto Vital, el biógrafo autorizado por la Fundación Juan Rulfo, señala que el seudónimo Juan Rulfo aparece por primera vez en una carta dirigida a su novia Clara Aparicio -después su esposa- fechada en octubre de 1944 (Aires de la colina. Cartas a Clara, México, Areté, Plaza y Janés, 2000, p. 24). Véase, Jaime Aviles, “Rulfo siempre, de nuevo, por primera vez”, en Juan Rulfo, El Llano en llamas, La Jornada, edición especial, octubre de 2003, pp. 5, 7.
[4] J. A. Ascencio, op. cit., p. 92.
[5] “Un pedazo de noche” se publicó por primera vez en la Revista Mexicana de Literatura, núm. 3, septiembre de 1959, con la fecha al pie: Enero de 1940. Después se integró a los textos del escritor en Rulfo Juan, Obra completa, Venezuela, Biblioteca Ayacucho, vol. XIII, 1977.
[6] Véase América. Revista antológica, num. 64, diciembre, 1950.
[7] Véase Till Ealling [“Causa, a un tiempo...”], América, Revista antológica, num. 55, 29 de febrero de 1948, pp. 31, 32.
[8] Nuria Amat, Juan Rulfo, el arte del silencio, Barcelona, Ediciones Omega, 2003, pp. 181, 184.
[9] En México apareció por vez primera en Excelsior, el 16 de marzo de 1985, pp. 1A y 14A.
[10] Desde su aparición en 1953 hasta 1980, antes de la edición de Tezontle, en el cuento que da nombre a la colección, se escribió llano con minúscula, es decir como sustantivo. Después se cambió. Significa que el nombre alude a la región de Jalisco llamada el Llano Grande. La “ll” minúscula parece querer alejar al lector de la geografía reconocible; además, ahonda en los orígenes no sólo de una región sino en los orígenes, rasgos, idiosincrasia y constantes históricas de un pueblo: México.
[11] Marco Antonio Millán, 1987, “Dos figuras en el paisaje”, entrevista de Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo, Sábado, de Unomasuno, núm. 509, 4 de julio, p. 3.
[12] Elena Poniatowska, “ ‘No me dejo fotografiar, por eso es que no me conocen’: Juan Rulfo”, Novedades, 14 de mayo de 1980, p. 1980, p. 6.
[13] Juan Rulfo, “Paso del Norte”, en El llano en llamas y otros cuentos, 1953, Néxico, FCE (Letras Mexicanas, 11), p. 146.
[14] Felipe Garrido, siendo gerente editorial del Fondo de Cultura se reunió en 1979 -a lo largo de unos cinco meses- con Rulfo; juntos revisaron los cuentos y la novela del escritor jalisciense. Garrido señala: “El acomodo que tienen ahora los cuentos de El Llano en llamas nos da a conocer el orden en que Rulfo dijo que los había escrito o, por lo menos, los había concebido -no apostaría la cabeza a que esto corresponda exactamente a la realidad”. (RGB, entrevista inédita).
[15] Juan Rulfo, Toda la obra, edición crítica, coordinación de Claude Fell, nota filológica preliminar -y confrontación de siete ediciones- de Sergio López Mena, México, Conaculta-ALLCA, XX, (Archivos, 17), 1992, 950 pp.
[16] Juan Rulfo, El Llano en llamas,. Edición, estudio introductorio y notas de Carlos Blanco Aguinaga, Madrid, Cátedra (colección Letras Hispánicas) 1985, 181 pp.
[17] Hay detalles indicativos de que la edición “definitiva” de la obra de Rulfo todavía no existe. Alberto Vital declara en una entrevista: “Aquí [en el Centro de Estudios Literarios], con el apoyo de la Fundación Juan Rulfo, se están fijando los textos como el autor hubiera querido que quedarán. La Fundación cuenta con muchos documentos que ayudan a realizar esta fijación. Es un trabajo progresivo en que un editor resuelve un problema y luego alguien más resuelve otro [...] Aunque hace falta una edición crítica de la obra de Juan Rulfo”. (Periódico Humanidades núm. 258 -Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM-, 8 de octubre de 2003, pp. 1, 25). La interrogante inmediata es saber cómo se “están fijando los textos como el autor hubiera querido que quedarán”. Sobre todo si se piensa en su conciencia de autenticidad que exige la traslación de la realidad a la ficción; si se reconoce su obsesión por la síntesis y pulcritud estilística; si se recuerda que después de publicados la novela y los cuentos, Rulfo, fue renuente durante mucho tiempo a revisarlos. ¿Quién podrá igualar la reflexión y decisión del escritor en el sentido de que, por ejemplo, tendrá una misma palabra para que ésta sea utilizada como sustantivo en un renglón y como nombre propio cuatro páginas después o viceversa? Todas las fijaciones que se hagan de los textos ya publicados -o inéditos- serán, en el mejor de los casos, acuciosas aproximaciones filológicas; nunca ediciones absolutas, es decir “definitivas”. Ya hay posibles confusiones: existirá más de una edición crítica definitiva, incluso -si sólo se toman en cuenta las aprobadas por la Fundación Juan Rulfo. Un ejemplo. En la cuarta de forros de la 16ª edición de Cátedra (Letras Hispánicas, Madrid) y en la cual José Carlos González Boixo actualiza su estudio introductorio (respecto de la 1ª edición) y agrega varios apéndices, se lee: “Esta edición ofrece el texto definitivo de Pedro Páramo, corregido por la Fundación Juan Rulfo...”. ¿Dónde se sitúan, entonces, las ediciones de Plaza y Janés, designadas -en el momento de su lanzamiento- como “definitivas”? ¿Qué pasará cuándo aparezca dentro de unos años otra edición con el mismo atributo, “definitivo” (que el diccionario describe como: “fijado o resuelto para siempre”)?

1 comentario:

Unknown dijo...

quisiera ser seguidor de este blog, nadamas que les falta agregar ese elemento, es muy bueno el blog hacen falta blogs como el suyo.