lunes, 31 de marzo de 2008

Biografía de Franz Kafka


Biografía:
(Praga, 1883-Kierling, Austria, 1924) Escritor checo en lengua alemana. Nacido en el seno de una familia de comerciantes judíos, se formó en un ambiente cultural alemán, y se doctoró en derecho. Pronto empezó a interesarse por la mística y la religión judías, que ejercieron sobre él una notable influencia y favorecieron su adhesión al sionismo. Su proyecto de emigrar a Palestina se vio frustrado en 1917 al padecer los primeros síntomas de tuberculosis, que sería la causante de su muerte. A pesar de la enfermedad, de la hostilidad manifiesta de su familia hacia su vocación literaria, de sus cinco tentativas matrimoniales frustradas y de su empleo de burócrata en una compañía de seguros de Praga, se dedicó intensamente a la literatura. Su obra, que nos ha llegado en contra de su voluntad expresa, pues ordenó a su íntimo amigo y consejero literario Max Brod que, a su muerte, quemara todos sus manuscritos, constituye una de las cumbres de la literatura alemana y se cuenta entre las más influyentes e innovadoras del siglo XX. En la línea de la Escuela de Praga, de la que es el miembro más destacado, su escritura se caracteriza por una marcada vocación metafísica y una síntesis de absurdo, ironía y lucidez. Ese mundo de sueños, que describe paradójicamente con un realismo minucioso, ya se halla presente en su primera novela corta, Descripción de una lucha, que apareció parcialmente en la revista Hyperion, que dirigía Franz Blei. En 1913, el editor Rowohlt accedió a publicar su primer libro, Meditaciones, que reunía extractos de su diario personal, pequeños fragmentos en prosa de una inquietud espiritual penetrante y un estilo profundamente innovador, a la vez lírico, dramático y melodioso. Sin embargo, el libro pasó desapercibido; los siguientes tampoco obtendrían ningún éxito, fuera de un círculo íntimo de amigos y admiradores incondicionales. El estallido de la Primera Guerra Mundial y el fracaso de un noviazgo en el que había depositado todas sus esperanzas señalaron el inicio de una etapa creativa prolífica. Entre 1913 y 1919 escribió El proceso, La metamorfosis y La condena y publicó El chófer, que incorporaría más adelante a su novela América, En la colonia penitenciaria y el volumen de relatos Un médico rural. En 1920 abandonó su empleo, ingresó en un sanatorio y, poco tiempo después, se estableció en una casa de campo en la que escribió El castillo; al año siguiente conoció a la escritora checa Milena Jesenska-Pollak, con la que mantuvo un breve romance y una abundante correspondencia, no publicada hasta 1952. El último año de su vida encontró en otra mujer, Dora Dymant, el gran amor que había anhelado siempre, y que le devolvió brevemente la esperanza. La existencia atribulada y angustiosa de Kafka se refleja en el pesimismo irónico que impregna su obra, que describe, en un estilo que va desde lo fantástico de sus obras juveniles al realismo más estricto, trayectorias de las que no se consigue captar ni el principio ni el fin. Sus personajes, designados frecuentemente con una inicial (Joseph K o simplemente K), son zarandeados y amenazados por instancias ocultas. Así, el protagonista de El proceso no llegará a conocer el motivo de su condena a muerte, y el agrimensor de El castillo buscará en vano el rostro del aparato burocrático en el que pretende integrarse. Los elementos fantásticos o absurdos, como la transformación en escarabajo del viajante de comercio Gregor Samsa en La metamorfosis, introducen en la realidad más cotidiana aquella distorsión que permite desvelar su propia y más profunda inconsistencia, un método que se ha llegado a considerar como una especial y literaria reducción al absurdo. Su originalidad irreductible y el inmenso valor literario de su obra le han valido a posteriori una posición privilegiada, casi mítica, en la literatura contemporánea.

sábado, 29 de marzo de 2008

crítica: "Niebla" de Miguel de Unamuno


Dos temas principales son los que se presentan en las obras de Unamuno: España (planteado como europeísmo frente a casticismo) y el tema existencial. De ellos es el segundo el que predomina (aunque el primero no está ausente) en Niebla, cuyo protagonista recoge las dudas y contradicciones de su creador. En la época en que escribe Niebla (1907) las inquietudes existenciales de Unamuno prevalecen sobre sus preocupaciones sociales.

El protagonista, Augusto Pérez, sale un día de su casa y se encuentra con Eugenia, de cuyos ojos se enamora. Empieza entonces un viaje iniciático, una odisea en busca de unas respuestas que nunca encontrará. Todo termina para Augusto, cuando abandonado por Eugenia, se presenta en casa de su creador en busca de una explicación de su propia existencia. Pero no consigue sino constatar que su vida de personaje de ficción está en manos del autor que le ha creado. Augusto muere, y en el juego de espejos entre la realidad y la ficción en que transcurre la novela, el lector duda si el personaje ha tenido o no libertad de decidir sobre su propio final.

Las tres partes en que puede dividirse la novela responden a las tres etapas por las que transcurre la vida interior del protagonista. En la primera etapa, Augusto sale de casa a conocer el mundo (La primera frase de la novela es: Al aparecer Augusto a la puerta de su casa…) y encuentra los ojos de Eugenia (…y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto). La segunda parte, la más extensa, abarca desde las dudas del protagonista (Di, Liduvina, ¿en qué se conoce que un hombre está de veras enamorado?) hasta el definitivo desdén de su amada expresado en una breve carta. La tercera y última parte incluye la visita del personaje a su creador y su muerte.

Aunque suele adscribirse a Unamuno a la Generación del 98, esta circunstancia nos dice poco sobre la naturaleza de sus obras, ya que numerosos críticos han puesto de relieve la diferente personalidad de los escritores de esta generación. Algunos relacionan a Unamuno con la corriente existencialista (Camus, Sartre…), con la que tiene puntos en común, pero Niebla, como su autor, no parece encajar fácilmente en ninguna corriente literaria. Unamuno quiso siempre mantenerse ajeno a toda clasificación o como dice Julián Marías (Literatura y generaciones): Unamuno nunca está leyendo de reojo un texto para saber qué debe pensar. Estamos frente a una obra original, en estructura y planteamiento, a la que cabe considerar como un precedente de la novela del siglo XX: multiplicidad de planos y puntos de vista, carácter metaliterario, monólogo interior, protagonista tipo antihéroe perdedor, son notas que pueden encontrarse en la novela a lo largo del siglo.

El sentido de la existencia en la obra de Unamuno responde a las contradicciones del autor, que podrían esquematizarse como los pares de opuestos: muerte-inmortalidad, razón-fe y ciencia-religión. Estas contradicciones existenciales no son distintas de las que lleva dentro la mayoría de los mortales, de donde puede extraerse el carácter universal de la obra de Unamuno. A pesar de pertenecer a diferentes géneros literarios, Niebla responde a los mismos conflictos que la obra Del sentimiento trágico de la vida publicada un año antes.

Lo autobiográfico en la obra de Unamuno tiene carácter existencial y psicológico. El autor proyecta su propio yo en sus personajes de ficción, los cuales sufren las mismas dudas y contradicciones que el propio Unamuno. Así, Augusto Pérez se siente desesperado por su condición de ente de ficción, creado por un autor y cuya vida depende de él. En una visita a Unamuno, Augusto le hace ver que él, don Miguel, es exactamente lo mismo, un sueño de un ser superior, Dios, y que también está destinado a morir cuando Dios quiera. En el sacerdote que protagoniza la obra San Manuel Bueno, mártir, encontramos un personaje que es un claro trasunto -más aún que Augusto- del propio autor.

Niebla es, entre otras cosas, una metanovela, porque reconoce su carácter de obra de ficción y así lo manifiesta de diversas formas: crítica y teorización literaria explícitas, supuesta libertad del protagonista, reflexión sobre el lenguaje, etc. La novela cuenta con un prólogo tan ficticio como el resto del texto. No es ocioso recordar aquí que en Cómo se hace una novela Unamuno alude elogiosamente a la obra de André Gide Los monederos falsos, reconocido paradigma de la metanovela.

En Niebla encontramos dos dimensiones interrelacionadas: la existencial y la metaficticia, que remiten una a la otra a lo largo de la obra y que crean en la novela dos niveles de significación entrelazados. Las conjeturas metafísicas en torno a las relaciones entre Dios y sus criaturas se hacen por analogía a la relación entre el autor-creador y sus personajes. El ser humano, como ente de ficción, es el protagonista de la novela que escribe Dios.

Referidos en Días del futuro pasado:
Unamuno: Escritura y lenguaje

Vocabulario Guías de autoaprendizaje

Guía n°2
Instó:instar.(Del lat. instāre).1. tr. Repetir la súplica o petición, insistir en ella con ahínco.
Golfo:1. m. Gran porción de mar que se interna en la tierra entre dos cabos. El golfo de Venecia.
panorámica:1. adj. Perteneciente o relativo al panorama:.1. m. Paisaje muy dilatado que se contempla desde un punto de observación.
lejanía: f. Parte remota o distante de un lugar, de un paisaje o de una vista panorámica
asentaron:Situar, fundar un pueblo o un edificio.
presidido:1. tr. Tener el primer puesto o lugar más importante o de más autoridad en una asamblea, corporación, junta, tribunal, acto, empresa, etc.
cabildo:3. m. ayuntamiento (‖ corporación municipal).
inquisición:Cárcel destinada a los reos pertenecientes al antiguo Tribunal eclesiástico de la Inquisición.
transoceánica:1. adj. Que está situado al otro lado de un océano.
Guía n°3
destellos:Resplandor vivo y efímero, ráfaga de luz, que se enciende y amengua o apaga casi instantáneamente.
guiños:1. m. Acción de guiñar (‖ cerrar el ojo).
Lanzarote:
vaguedad:1. f. Cualidad de vago (‖ vacío, desocupado).
sopor:1. m. Adormecimiento, somnolencia.
vega:1. f. Parte de tierra baja, llana y fértil.
granates:Color rojo oscuro. U. t. c. adj.
llanura:1. f. Campo o terreno igual y dilatado, sin altos ni bajos.
escudriña:1. tr. Examinar, inquirir y averiguar cuidadosamente algo y sus circunstancias.
densidad:de población. 1. f. Número de individuos de la misma especie que viven por unidad de superficie.
Guía n° 4
Atracó:1. tr. Mar. Arrimar unas embarcaciones a otras, o a tierra. U. t. c. intr.
depositar: tr. Colocar algo en un sitio determinado y por tiempo indefinido.
cargamento:1. m. Conjunto de mercancías que carga una embarcación.
abono:Sustancia con que se abona la tierra.
estancia:Permanencia durante cierto tiempo en un lugar determinado.
anuncios:Soporte visual o auditivo en que se transmite un mensaje publicitario. Los anuncios de la radio, de la televisión.
delegados:1. adj. Se dice de la persona en quien se delega una facultad o jurisdicción. U. t. c. s.
procedentes:1. adj. Que procede, dimana o trae su origen de alguien o algo.
ponencias:1. f. Comunicación o propuesta sobre un tema concreto que se somete al examen y resolución de una asamblea.
emigrantes:Dicho de una persona: Que se traslada de su propio país a otro, generalmente con el fin de trabajar en él de manera estable o temporal. U. t. c. s.
Guía n°6
zarpar:1. tr. Mar. Desprender el ancla del fondeadero. U. t. c. intr.
2. intr. Dicho de un barco o de un conjunto de ellos: Salir del lugar en que estaban fondeados o atracados.
postales:postal.1. f. La que se emplea como carta, frecuentemente con ilustración por un lado.
terraza:1. f. Sitio abierto de una casa desde el cual se puede explayar la vista.
camarote:1. m. Cada uno de los compartimientos de dimensiones reducidas que hay en los barcos para poner las camas o las literas.
serenidad:Apacible, sosegado, sin turbación física o moral.
Suplir:1. tr. Cumplir o integrar lo que falta en algo, o remediar la carencia de ello.
metralla:Munición menuda con que se cargaban las piezas de artillería, proyectiles y bombas, y actualmente otros explosivos.
inmutara:1. tr. Alterar o variar algo.
arrostrar:Sufrir o tolerar a alguien o algo desagradable.
espantosas:1. adj. Que causa espanto.
impunemente:impunidad.1. f. Falta de castigo.
desarbolar:1. tr. Mar. Destruir, tronchar o derribar los árboles (‖ palos de la embarcación).
palpitar:1. intr. Dicho del corazón: Contraerse y dilatarse alternativamente.
decaimiento:Abatimiento, desaliento.
erguir:1. tr. Levantar y poner derecho algo, especialmente el cuello o la cabeza.
Guía n°7
Húmeda:Se dice de la región, del clima o del país en que llueve mucho y que tiene el aire cargado de humedad.
amontonados:1. tr. Poner unas cosas sobre otras sin orden ni concierto.
estibadores:Obrero que se ocupa en la carga y descarga de un buque y distribuye convenientemente los pesos en él.
barriga:1. f. vientre (‖ cavidad del cuerpo de los vertebrados).
banco:1. m. Asiento, con respaldo o sin él, en que pueden sentarse varias personas.
estatua:1. f. Obra de escultura labrada a imitación del natural.
impasible:Indiferente, imperturbable.
índice:índice.1. m. El de la mano, con tres falanges, situado a continuación del pulgar.
geografía:Territorio, paisaje.
afición:1. f. Inclinación, amor a alguien o algo.
mercante:marino.
estrecho:Paso angosto comprendido entre dos tierras y por el cual se comunica un mar con otro. El estrecho de Gibraltar, el de Magallanes.
Gibraltar: Estrecho
Guía n°8
Proa:1. f. Parte delantera de la nave, con la cual corta las aguas, y, por ext., parte delantera de otros vehículos.
referente:1. adj. Que refiere o que expresa relación a algo.
naútica:1. adj. Perteneciente o relativo a la navegación.
escafandra:1. f. Aparato compuesto de una vestidura impermeable y un casco perfectamente cerrado, con un cristal frente a la cara, y orificios y tubos para renovar el aire, que sirve para permanecer y trabajar debajo del agua.
prominente:1. adj. Que se levanta o sobresale sobre lo que está a su inmediación o alrededores.
contramaestre:3. m. Mar. Oficial de mar que dirige la marinería, bajo las órdenes del oficial de guerra.
estribor:1. m. Mar. Banda derecha del navío mirando de popa a proa.
ensimismado:2. prnl. Sumirse o recogerse en la propia intimidad.
bruma:1. f. Niebla, y especialmente la que se forma sobre el mar.
chasquido:2. m. Ruido seco y súbito que produce el romperse, rajarse o desgajarse algo, como la madera cuando se abre por sequedad o mutación de tiempo.
sollado:1. m. Mar. Cada uno de los pisos o cubiertas inferiores del buque, donde se suelen instalar alojamientos y pañoles.
navío:1. m. Buque de guerra, de tres palos y velas cuadras, con dos o tres cubiertas o puentes y otras tantas baterías de cañones.
turbiamente:2. adj. Dicho de tiempos o circunstancias: Revueltos, dudosos, azarosos.
letargo:2. m. Sopor, modorra
balandra:1. f. Embarcación pequeña con cubierta y un solo palo.
Guía n°9
Biólogos:1. m. y f. Persona que profesa la biología o tiene en ella especiales conocimientos.
magnético:3. adj. Perteneciente o relativo al magnetismo.
orientación:1. f. Acción y efecto de orientar.
geográfica:Perteneciente o relativo a la geografía.
experimentar:4. intr. En las ciencias fisicoquímicas y naturales, hacer operaciones destinadas a descubrir, comprobar o demostrar determinados fenómenos o principios científicos.
organización:4. f. Disposición, arreglo, orden.
depósito:3. m. Lugar o recipiente donde se deposita.
procedencia:1. f. Origen, principio de donde nace o se deriva algo.
inherente:1. adj. Que por su naturaleza está de tal manera unido a algo, que no se puede separar de ello.
sofisticado:3. adj. Dicho de un sistema o de un mecanismo: Técnicamente complejo o avanzado.
Guía n°10
Aislada:1. adj. Solo, suelto, individual.
resurgimiento:. m. Acción y efecto de resurgir:1. intr. Surgir de nuevo, volver a aparecer.
albergar:3. tr. Servir de albergue o vivienda.
ideales:6. m. pl. Conjunto de ideas o de creencias de alguien. Siempre luchó por sus ideales.
mausoleo:1. m. Sepulcro magnífico y suntuoso.
parámetros:1. m. Dato o factor que se toma como necesario para analizar o valorar una situación.
interlocutores:1. m. y f. Cada una de las personas que toman parte en un diálogo.
proliferación:1. f. Acción y efecto de proliferar:2. intr. Multiplicarse abundantemente.
financiamiento:1. m. Acción y efecto de financiar:1. tr. Aportar el dinero necesario para una empresa.
próceres:2. m. Persona de la primera distinción o constituida en alta dignidad.

Vocabulario: "El beso de la mujer araña"

1.- Enfrasca 2.-Pedregullo 3.-Fragor 4.-rústico 5.-dialecto 6.- frígida
7.-mufa 8.- requintada 9.- nativa 10.- perjudicar 11.-rigor 12.-marxismo
13.-ventosa 14.- jirones 15.- psicoanalista 16.- pedreguillo 17.-escrúpulos
18.- embalaje 19.- culata 20.- monogamia 21.- rengo 22.- esvática
23.- agiotista 24.- inminente 25.- allanado 26.- ambigüedades
27.- postergación 28.- enigmático 29.- ánfora 30.- subrepticiamente

Biografía Jorge Luis Borges


Biografía JORGE LUIS BORGES
Su padre, Jorge Guillermo Borges, fue abogado y profesor de psicología, pero también tenía aspiraciones literarias ("Trató de volverse escritor y falló en el intento", señaló su hijo, quien también dijo que "compuso algunos sonetos muy buenos"). Su madre, la uruguaya Leonor Acevedo Suárez, aprendió inglés de su marido y tradujo varias obras de esa lengua al español. La familia de su padre tenía orígenes españoles, portugueses e ingleses; la de su madre, españoles y posiblemente portugueses. En su casa se hablaba en español e inglés.
Borges nació, a los ocho meses de gestación, en una típica casa porteña de fines del siglo XIX con patio y aljibe, dos elementos que se repetirán como un eco en sus poesías. Su casa natal estaba situada en la calle Tucumán 840, pero su infancia transcurrió un poco más al norte, en la calle Serrano 2135 del barrio de Palermo. La relación de Borges con la literatura comenzó a muy temprana edad. A los cuatro años ya sabía leer y escribir. Debido a que en su casa se hablaba tanto español como inglés, Borges creció como bilingüe.
En 1905 comenzó a tomar sus primeras lecciones con una institutriz británica. Al año siguiente escribió su primer relato, La visera fatal, siguiendo páginas de El Quijote. Además, esbozó en inglés un breve ensayo sobre mitología griega. A los 9 años tradujo del inglés El príncipe feliz, de Oscar Wilde, texto que se publicó en el periódico El País rubricado por Jorge Borges (h).[1] En el barrio porteño de Palermo conoció las andanzas de los compadritos que después poblaron sus ficciones. En esa época, Palermo era un barrio marginal de inmigrantes y cuchilleros. Borges ingresó al colegio directamente en el cuarto grado. Por esa época la familia pasaba sus vacaciones de verano en Adrogué o en casa de unos familiares uruguayos, los Haedo.[2]
En 1914 su padre se vio obligado a dejar su profesión, jubilándose de profesor debido a la misma ceguera progresiva hereditaria que décadas más tarde afectaría también a su hijo. Junto con la familia, se dirigió a Europa para realizar un tratamiento oftalmológico especial. Para refugiarse de la Primera Guerra Mundial se establecen en Ginebra (Suiza), donde el joven Borges y su hermana Norah (nacida en 1902) asistirían a la escuela. Estudió francés y cursó el bachillerato en el Lycée Jean Clavin. Durante esa época leyó sobre todo a los prosistas del realismo francés y a los poetas del expresionismo y del simbolismo, especialmente a Rimbaud. A la vez, descubre a Schopenhauer, a Nietzsche, a Thomas Carlyle y a Chesterton. Solo con un diccionario aprendió por sí mismo el alemán y escribió sus primeros versos en francés.[2]
En 1919, gracias al fin de las hostilidades y después del fallecimiento de la abuela materna, la familia Borges marchó a España, estableciéndose inicialmente en Barcelona y luego en Palma de Mallorca. En esta última ciudad escribió dos libros que no publicó: Los ritmos rojos, poemas de elogio a la Revolución Rusa, y Los naipes del tahúr, un libro de cuentos. En Madrid y en Sevilla participó del movimiento literario ultraísta, que luego encabezaría en Argentina y que infuiría poderosamente en su primera obra lírica. Colaboró con poemas y en la crítica literaria en las revistas Ultra, Grecia, Cervantes, Hélices y Cosmópolis. Su primera poesía, "Himno al mar", escrita en el estilo de Walt Whitman, fue publicada en la revista Grecia el 31 de diciembre de 1919.[3]
"Oh mar! oh mito! oh largo lecho!
Y sé por qué te amo. Sé que somos muy viejos.
Que ambos nos conocemos desde siglos.
Sé que en tus aguas venerandas y rientes ardió la aurora de la Vida.
(En la ceniza de una tarde terciaria vibré por primera vez en tu seno).
Oh proteico, yo he salido de ti.
¡Ambos encadenados y nómadas;
Ambos con un sed intensa de estrellas;
Ambos con esperanzas y desengaños;
Ambos, aire, luz, fuerza, obscuridades;
Ambos con nuestro vasto deseo y ambos con nuestra grande miseria"
En esta época conoció a su futuro cuñado, Guillermo de Torre, y a los principales escritores españoles de la época: Rafael Cansinos-Assens (a quien frecuentaba en el famoso Café Colonial y a quien consideró su maestro), Ramón Gómez de la Serna, Valle Inclán y Gerardo Diego.[2]
Inicios de su carrera literaria
El 4 de marzo de 1921, junto con su abuela paterna (Frances Haslam, quien se les había unido en Ginebra en 1916), sus padres y su hermana, Borges embarcó en el puerto de Barcelona en el "Reina Victoria Eugenia", que los devolvería a Buenos Aires. En el puerto los esperaba el escritor, filósofo de la paradoja y humorista surreal Macedonio Fernández, cuya amistad Borges habría de heredar de su padre. El contacto con Buenos Aires lleva al poeta a una relación exaltada de "descubrimiento" con su ciudad natal. Así comenzó a dar forma a la mitificación de los barrios suburbanos, donde asentará parte de su constante idealización de lo real. Ya en Buenos Aires publicó en la revista Cosmópolis (española), fundó la revista mural Prisma (de la que sólo se publicaron dos números) y también publicó en Nosotros, dirigida por Alfredo Bianchi. Por esa época conoció a Concepción Guerrero, una joven de dieciséis años de quien se enamora. En 1922 visitó a Leopoldo Lugones junto a Eduardo González Lanuza; lo hace para entregarle el segundo (y último) número de Prisma. En agosto de 1924 fundó la revista ultraista Proa junto a Ricardo Güiraldes, autor de Don Segundo Sombra; Alfredo Brandán Caraffa y Pablo Rojas Paz, aunque paulatinamente abandonará esa estética. [2]
En 1923, en víspera de un segundo viaje a Europa, Borges publicó su primer libro de poesía, Fervor de Buenos Aires, en el que se prefigura, según palabras del propio Borges, toda su obra posterior. Fue una edición preparada apuradamente, en la que se colaron algunas erratas y que, además, carece de prólogo. Para la tapa su hermana Norah realizó un grabado. Se editaron unos trescientos ejemplares; los pocos que se conservan son considerados tesoros por los bibliófilos y en algunos se aprecian correcciones manuscritas realizadas por el mismo Borges. En Fervor de Buenos Aires es donde emotivamente confesó que, finalmente, "las calles de Buenos Aires/ ya son mi entraña". Son treinta y tres poemas tan heterogéneos que aluden a un juego de cartas (el truco), o al tirano Juan Manuel de Rosas, o a la exótica Benarés; sin ahorrar el espacio para solazarse en un patio anónimo de Buenos Aires, "en la amistad oscura/ de un zaguán, de una parra y de un aljibe". Sobre el espíritu de este libro ha escrito Borges que "en aquel tiempo buscaba los atardeceres, los arrabales y la desdicha".[4]
Después de un año en España e instalado definitivamente en su ciudad natal a partir de 1924, Borges colaboró en algunas revistas literarias y con dos libros adicionales, "Luna de enfrente" e "Inquisiciones" (que nunca reeditará), establecerá ya en 1925 su reputación de jefe de la más joven vanguardia. En los treinta años siguientes, Borges se transformará en uno de los más brillantes y más polémicos escritores de América. Cansado del ultraísmo que él mismo había traído de España, intentó fundar un nuevo tipo de regionalismo, enraizado en una perspectiva metafísica de la realidad. Escribió cuentos y poemas sobre el suburbio porteño, sobre el tango, sobre fatales peleas de cuchillo, como "Hombre de la esquina rosada" y "El Puñal". Pronto se cansará también de este "ismo" y empezará a especular por escrito sobre la narrativa fantástica o mágica, hasta el punto de producir durante dos décadas (desde 1930 a 1950), algunas de las más extraordinarias ficciones de este siglo ("Historia universal de la infamia", "Ficciones", "El Aleph", entre otros).[1]
Más tarde colaboró, entre otras publicaciones, en Martín Fierro, una de las revistas claves de la historia de la literatura argentina de la primera mitad del siglo XX. No obstante su formación europeísta reivindicó temáticamente sus raíces argentinas, y en particular porteñas, en poemarios como Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno de San Martín (1929). Compuso letras de tangos y milongas, si bien rehuyó «la sensiblería del inconsolable tango-canción y el manejo sistemático del lunfardo, que infunde un aire artificioso a las sencillas coplas». En sus letras y algunos relatos se narran las dudosas hazañas de los cuchilleros y compadres, a los que muestra en toda su despojada brutalidad aunque dentro de un clima trágico, cuando no casi épico. En 1930 Borges publicó el ensayo Evaristo Carriego y prologó una exposición del pintor uruguayo Pedro Figari. Además, conoció a un joven escritor de solo 17 años, el que luego será su amigo y con el que publicará numerosos textos: Adolfo Bioy Casares.[5] En 1931 se publicó el primer número de la revistaSur, dirigida por Victoria Ocampo; en este primer número Borges colaboró con un artículo dedicado al Coronel Ascasubi. También escriben: Victoria Ocampo, Waldo Frank, Alfonso Reyes Ochoa, Jules Supervielle, Ernest Ansermet, Walter Gropius, Ricardo Güiraldes y Pierre Drieu la Rochelle.
Dos años después Borges publicó la colección de ensayos y crítica literaria Discusión, que abarca temas tan diversos como la poesía gauchesca, la cábala, temas filosóficos, el arte narrativo y hasta su opinión sobre clásicos del cine. El 12 de agosto de 1933 comenzó a dirigir, junto con Ulyses Petit de Murat, la ’Revista Multicolor de los Sábados’, suplemento cultural impreso a color del diario populista Crítica que duraría hasta octubre de 1934.[6] En 1935 editó Historia universal de la infamia, una serie de relatos breves, entre ellos, Hombre de la esquina rosada.[7] Allí sigue interesado en el perfil mítico de Buenos Aires iniciado en Evaristo Carriego. Al año siguiente se publicaron los ensayos de Historia de la eternidad, donde —entre otros temas— Borges indaga sobre la metáfora. Ese mismo año, en la revista quincenal El Hogar, comenzó a publicar la columna de crítica de libros y autores extranjeros hasta 1939. Allí publicó quincenalmente gran cantidad de reseñas bibliográficas, biografías sintéticas de escritores y ensayos. Colaboró también en la revista Destiempo, editada por Adolfo Bioy Casares y Manuel Peyrou, con ilustraciones de Xul Solar. Para la editorial Sur tradujo A Room of One’s Own, de Virginia Woolf y al año siguiente la novela Orlando de la misma autora. En 1937 publicó Antología clásica de la literatura argentina. Con la ayuda del poeta Francisco Luis Bernárdez, consiguió en 1938 un empleo en la biblioteca municipal Miguel Cané del barrio porteño de Almagro. Allí, en sus ratos libres, se dedicó a leer y a escribir sus primeros cuentos. En este año también muere su padre de un ataque de hemiplejía. Después, el mismo Borges sufrió un grave accidente, al golpearse la cabeza con una ventana, lo que lo lleva al borde de la muerte por septicemia y que, oníricamente, reflejará en su conocido cuento El sur. En la convalecencia escribe el cuento Pierre Menard, autor del Quijote. En 1940 se publicó Antología de literatura fantástica, escrita en colaboración con Bioy Casares y Silvina Ocampo, quienes ese mismo año contrajeron matrimonio, siendo Borges el testigo de su boda. Prologó, además, el libro de Bioy Casares La invención de Morel.[6]
En 1941 publicó Antología Poética Argentina y editó el volumen de narraciones El jardín de senderos que se bifurcan, obra con la que se hizo acreedor al Premio Nacional de Literatura. Al año siguiente apareció Seis problemas para don Isidro Parodi, libro de narraciones que escribió en colaboración con Bioy Casares. Lo firmaron con el seudónimo "H. Bustos Domecq", el cual proviene de "Bustos", un bisabuelo cordobés de Borges, y "Domecq", un bisabuelo de Bioy Casares. Bajo el título Poemas (1923-1943) reunió en 1943 la labor poética de sus tres libros más los poemas publicados en el diario La Nación y en la revista Sur. Presentó, junto con Bioy Casares, la antología Los mejores cuentos policiales. Para esta época, Borges ya había logrado un espacio en el reducido círculo de la vanguardia literaria argentina. Su obra Ficciones recibió el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). En sus páginas se halla Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, sobrecogedora e insuperable metáfora del mundo. También, conoció a Estela Canto, de quien se enamora sin ser correspondido; sin embargo, nace una estrecha relación amistosa que se prolongará por más de cuatro años. En 1945 en colaboración con Silvina Bullrich publicó El compadrito. Escribió el cuento El Aleph, que lo dedicó a Estela Canto, regalándole el manuscrito que en 1985 fue vendido en más de 25 mil dólares a la Biblioteca Nacional de España. Se declara antiperonista.
Junto con Bioy Casares publicó en 1946 Un modelo para la muerte utilizando el seudónimo de "B. Suárez Lynch" y, con el seudónimo de H. Bustos Domecq, Dos fantasías memorables, volumen de historias de suspenso policial. Borges aclaró posteriormente que ’Suárez’ proviene de su abuelo y que ’Lynch’ representa el lado irlandés de la familia de Bioy. Fundó y dirigió la revista Los Anales de Buenos Aires (que termina alcanzando 23 números en diciembre de 1948). Aquí Borges y Bioy colaboraron con un nuevo seudónimo: ’B. Lynch Davis’. Mientras el país es gobernado por el general Juan Domingo Perón, Borges es obligado a renunciar a su empleo como bibliotecario al ser designado ’Inspector de mercados de aves de corral’. Su madre y su hermana, también antiperonistas, fueron detenidas por la policía. Borges es llevado por la necesidad a convertirse en conferenciante itinerante por diversas provincias argentinas y Uruguay. Para ello, debió vencer su tartamudez con ayuda médica. Entre 1947 y 1948 editó el ensayo Nueva refutación del tiempo y publicó sus Obras Escogidas. En 1949 se editó su célebre obra narrativa El aleph, libro de género fantástico y que para la crítica es casi unánimemente su mejor colección de relatos. En 1950 comenzó su tarea docente enseñando literatura inglesa y la Sociedad Argentina de Escritores lo nombró presidente, cargo al que renunciará tres años más tarde. Dictó conferencias en la Universidad de Montevideo, donde aparece su ensayo Aspectos de la literatura gauchesca.[8]
Madurez
En 1946 Juan Domingo Perón es elegido presidente, venciendo así a la Unión Democrática. Borges, que había apoyado a ésta última, se manifestaba abiertamente en contra del nuevo gobierno, lo que provocó que debiera abandonar su función de bibliotecario. Borges manifiesta respecto al nuevo gobierno: "Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de caudillos, vivas y mueras prefijados, ceremonias unánimes, la mera disciplina usurpando el lugar de la lucidez... Combatir estas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor ¿Habré de recordar a los lectores del Martín Fierro y de Don Segundo Sombra que el individualismo es una vieja virtud argentina?"
Por este motivo, debe superar su timidez, e impartir conferencias. En 1948 su hermana Norah Borges y su madre son detenidas, acusadas de escándalo en la vía pública. Norah Borges (y su amiga Adela Grondona) son llevadas durante unos días a la cárcel del Buen Pastor (cárcel de mujeres), y en el caso de Leonor Acevedo se decreta arresto domiciliario por razones de edad.
En 1950 fue elegido presidente de la SADE y un año después se editó en México Antiguas Literaturas Germánicas, escrito en colaboración con Delia Ingenieros. También en ese mismo año se publicaron en Paris la primera traducción francesa de su narrativa (Fictions, traducido por P. Verdevoye) y en Buenos Aires la serie de cuentos La muerte y la brújula. En 1952 aparecieron los ensayos de Otras inquisiciones y se reeditó un ensayo sobre lingüística porteña titulado El idioma de los argentinos junto con El idioma de Buenos Aires de José Edmundo Clemente. Además, apareció también la segunda edición de El Aleph, con nuevos cuentos. Algunas narraciones de este libro fueron traducidas al francés por Roger Caillois y publicados en París en 1953 con el nombre de Labyrinthes. Ese año Borges publicó El Martín Fierro, ensayo que tuvo una segunda edición dentro del año. Bajo el cuidado de José Edmundo Clemente, la editorial Emecé comenzó a publicar sus Obras Completas. En 1954 el director cinematográfico Leopoldo Torre Nilson dirigió el film "Días de odio", basado en el cuento de Borges Emma Zunz.[9]
Tras un cruento golpe militar ultraliberal que derroca al gobierno peronista (denominado Revolución Libertadora), Borges es elegido en 1955 director de la Biblioteca Nacional, cargo que ocupará por espacio de 18 años. En diciembre fue designado miembro de la Academia Argentina de Letras. Publicó Los orilleros, El paraíso de los creyentes, Cuentos breves y extraordinarios, Poesía gauchesca, La hermana Eloísa y Leopoldo Lugones. Se lo confirmó, además, en la cátedra de Literatura Alemana y, luego, como director del Instituto de Literatura Alemana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. La revista Ciudad le dedicó un volumen crítico y bibliográfico sobre su obra. Apareció Ficciones en italiano, bajo el título La Biblioteca di Babele. Tras varios accidente y algunas operaciones, un oftalmólogo le prohibió leer y escribir. Aunque aún distinguía luces y sombras, esta prohibición cambió profundamente su práctica literaria. Borges se va quedando ciego como consecuencia de la enfermedad congénita que había ya afectado a su padre. El hecho no fue repentino ("Se ha extendido desde 1899 sin momentos dramáticos, un lento crepúsculo que duró más de medio siglo"[10] ), sino que más bien se trató de un proceso; como fuere, esto no le impidió seguir con su carrera de escritor, ensayista y conferencista, así como tampoco significó para él el abandono de la lectura (hacía que le leyesen) ni el aprendizaje de nuevas lenguas.[9] El haber sido nombrado director de la Biblioteca Nacional y, en el mismo año, comprender la profundización de su ceguera fue percibido por Borges como una contradicción del destino. Él mismo lo relató en una conferencia dos décadas más tarde: "Poco a poco fui comprendiendo la extraña ironía de los hechos. Yo siempre me había imaginado el Paraíso bajo la especie de una biblioteca. Ahí estaba yo. Era, de algún modo, el centro de novecientos mil volúmenes en diversos idiomas. Comprobé que apenas podía descifrar las carátulas y los lomos. Entonces escribí el Poemas de los dones’":[10]
"Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.[11]
En 1956 dictó el curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires, fue nombrado catedrático titular en la misma universidad, recibió un doctorado honoris causa de la Universidad de Cuyo y fue nombrado presidente de la Asociación de Escritores Argentinos. En Montevideo criticó ásperamente al peronismo depuesto y defendió a la Revolución Libertadora. Por su adhesión al nuevo gobierno resultó muy criticado, entre otros, por Ernesto Sabato y por Ezequiel Martínez Estrada. Sabato y Borges continuaron, si bien no enemistados, "separados" por motivos políticos hasta 1973, cuando, a raíz de un encuentro casual en una biblioteca, Orlando Barone resuelve promover una serie de reuniones, en las que ambos escritores discutieron sobre literatura, filosofía, cine, lingüística y demás temas. El resultado de estas reuniones fue la edición de un libro: "Diálogos: Borges - Sabato".[9] Entre 1957 y 1960 publicó Manual de zoología fantásica y El hacedor, una colección de textos breves y poemas dedicada a Leopoldo Lugones. Hizo una nueva actualización de Poemas y publicó en el diario La Nación el poema Límites. Bajo su dirección reapareció la segunda época de la revista La Biblioteca y, en colaboración con Bioy Casares, editó la antología Libro del cielo y del infierno. Sus obras continuaron traduciéndose a varios idiomas, en este período en particular Otras inquisiciones fue traducido al francés bajo el título Enquétes, El Aleph al alemán con el título Labyrinthe y una selección al italiano de cuentos de El Aleph y Ficciones como L’Aleph. En este período también aparecieron los volúmenes sexto a noveno de las Obras Completas. Para 1960 se vinculó con el Partido Conservador.[9] En 1961 compartió con Samuel Beckett el Premio Internacional de Literatura (10 mil dólares), otorgado por el Congreso Internacional de Editores en Formentor, Mallorca. Este importante galardón lo promovió internacionalmente y le ofreció la posibilidad de que sus obras fueran traducidas a numerosos idiomas (inglés, francés, alemán, sueco, noruego, danés, italiano, polaco, portugués, hebreo, farsí, griego, eslovaco, árabe, etc.). Apareció su Antología personal, editada por Sur. Viajó junto a su madre a Estados Unidos, invitado por la Universidad de Texas y por la Fundación Tinker, de Austin. Allí dictó conferencias y cursos sobre literatura argentina durante seis meses. En Nueva York se editó una antología de sus cuentos titulada Labyrinths y se tradujo al alemán Historia universal de la infamia. En 1962 se estrenó el film "Hombre de la esquina rosada", que dirigió René Mugica basado en el cuento homónimo. Finalizó una biografía sobre el poeta Almafuerte. En compañía de su madre, viajó a Europa en 1963 y ofreció numerosas conferencias. De regreso a Buenos Aires terminó una antología sobre Carriego.[12] Con la colaboración de María Esther Vázquez publicó Introducción a la literatura inglesa en 1965 y Literaturas germánicas medievales en 1966. Al año siguiente se editó Introducción a la literatura norteamericana, escrito en colaboración con Esther Zemborain y Crónicas de Bustos Domecq, con Bioy Casares. Se editaron, además, sus milongas y tangos con el título Para las seis cuerdas, ilustrado por Héctor Basaldúa y su cuento La intrusa. El 21 de septiembre de 1967 Borges se casó con Elsa Astete Millán, matrimonio que duró hasta octubre de 1970. Viajó a Estados Unidos con su mujer y fue profesor de poesía de la Universidad de Harvard invitado por la Fundación Charles Eliot Norton. En 1968, con la colaboración de Margarita Guerrero, publicó una ampliación del Manual de zoología fantástica bajo el título El libro de los seres imaginarios. Apareció en ese año su Nueva antología personal. Viajó a Santiago de Chile para asistir al Congreso de Intelectuales Antirracistas y a Europa e Israel para pronunciar algunas conferencias. El director Hugo Santiago dirigió la película "Invasión", con argumento de Bioy y Borges. En 1969 ordenó y corrigió dos libros de poemas: El otro, el mismo y Elogio de la sombra, el cual logra dos ediciones dentro del año. Con ilustraciones del pintor Antonio Berni, se editó su traducción y antología de Hojas de hierba, de Walt Whitman. Después de algunos años sin publicar cuentos, reúne varias narraciones en El informe de Brodie, libro que publica en agosto de 1970.[12]
Sus últimos años
Jorge Luis Borges en 1963, ya con dificultades en la visión
En 1971 Borges publicó en Buenos Aires el cuento largo titulado El Congreso. En 1972 viajó a Estados Unidos, donde recibió numerosas distinciones y pronunció conferencias en diversas universidades. A su regreso a Buenos Aires publicó el libro de poemas El oro de los tigres y el 24 de agosto, día de su cumpleaños, recibió un homenaje singular: la publicación en forma privada de su cuento titulado El otro. En 1973 fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y, paralelamente, solicita su jubilación como director de la biblioteca nacional. Al siguiente año réunió por primera vez en un volumen sus Obras Completas, editadas por Emecé. En Milán, Franco María Ricci publicó el cuento El congreso en una edición lujosísima con letras de oro. El libro de poesía La rosa profunda y el libro de relatos El libro de arena se publicaron en 1975, junto con la recopilación Prólogos. Se estrenó además la película "El muerto" sobre un cuento homónimo, dirigida por Héctor Olivera

Vocabulario "Niebla" 4º medio

augusta - fruncir - majadero - impertinente - ceñida - fruición - fortuita - azaroso - conspicuo - rótulo - refulgente - forjado - rebosar - escudriñar - soliloquio - regazo - precipitar - despavorido - jerga - bursátil - esperanto - vislumbrar - abnegación - pugnar - magnánimo - lívido - arpegio - compungido - desliz - gaznate

Biografía Gabriel García Márquez


Nació en Aracataca en el departamento costero de Magdalena en Colombia el domingo 6 de marzo de 1927.[4] [5] Muy pronto su familia abandonó esta población para irse a Bogotá. Hijo de Gabriel Eligio García y de Luisa Santiaga Márquez Iguarán. Fue criado por sus abuelos maternos, el coronel Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán, en Aracataca. Su niñez está relatada en sus memorias Vivir para contarla. En 2007 regresó a Aracataca, después de 24 años de ausencia, para un homenaje que le realizó el gobierno colombiano al cumplir sus 80 años de vida y 40 de la primera publicación de Cien Años de Soledad.
En 1936 murió el coronel Nicolás Márquez, motivo que desplazó a Gabriel García Márquez a Sincé Sucre con sus padres, para meses después trasladarse a Barranquilla a estudiar. Cursó los primeros grados de secundaria en el Colegio San José desde 1940 para luego viajar a Zipaquirá a terminar su bachillerato en el Liceo Nacional de Varones, hoy Colegio Nacional San Juan Bautista de La Salle, con una beca, hasta 1946. En 1947, García Márquez se fue a Bogotá con la intención de estudiar Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá), carrera de la que desertó. Después del llamado "Bogotazo" en 1948, sangrientos disturbios que se desataron el 9 de abril a causa del asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán, cuando se quemaron algunos de sus escritos en la pensión donde residía, decidió irse a Cartagena de Indias y empezó a trabajar como reportero de El Universal. A finales de 1949 se traslada a Barranquilla para trabajar como columnista y reportero en El Heraldo. Por petición de Álvaro Mutis, García Márquez regresó a Bogotá en 1954, donde trabajó en El Espectador como reportero y crítico de cine. En 1958, tras quedarse en Europa, García Márquez regresó a América,y se quedó en Venezuela.
En Barranquilla se casó con Mercedes Barcha, con la que pronto tendría dos hijos, Rodrigo (que nació en Bogotá en 1959) y Gonzalo (que nació en México tres años más tarde).
En 1960 tras el triunfo de la revolución cubana se va a La Habana y trabaja en la agencia de prensa creada por el gobierno cubano Prensa Latina y hace amistad con Ernesto Guevara
En 1961 se instaló en Nueva York como corresponsal de Prensa Latina. Al recibir amenazas y críticas de la CIA [cita requerida] y de los exiliados cubanos, que no compartían el contenido de sus reportajes, decidió trasladarse a México.
En 1967, el escritor, García Márquez, publicó su obra más pedida, Cien años de soledad, historia que narra las vivencias de la familia Buendía en Macondo. La obra es considerada como un gran referente del Realismo mágico.
En 1969 se instala en Barcelona (España) donde vivirá varios años entablando relación con numerosos intelectuales.
Desde 1975, García Márquez vive entre México, Cartagena de Indias, La Habana y París. En 1982, le conceden el Premio Nobel de Literatura. En 1998 se convierte en presidente del Consejo Editorial y uno de los propietarios de la Revista Cambio en Colombia, pero en 2006 vende su participación en dicha revista. En 2002 publicó su autobiografía titulada Vivir para contarla.
Gabriel García Márquez es conocido mundialmente por la forma con la que trata sus obras, conocida como "realismo mágico" y que consiste en tratar hechos fantásticos desde el punto de vista de determinadas culturas que los consideran normales.
En 1994 funda con su hermano Jaime y con el abogado Jaime Abello, la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) con la que espera que los jóvenes periodistas puedan aprender con maestros del oficio como Alma Guillermoprieto, Javier Darío Restrepo o Jon Lee Anderson, en busca de renovar sus vocaciones y aprender a hacer un mejor periodismo. García Márquez sigue siendo el presidente de la FNPI.
el 22 de marzo del 2008 el escritor colombiano Gabriel García Márquez celebro sus bodas de oro con Mercedes Barcha.
Incursión en el cine
García Márquez ha desarrollado un interés particular por el cine; ya en su etapa juvenil en Barranquilla, conjuntamente con el pintor Enrique Grau, el escritor Álvaro Cepeda Samudio y el fotógrafo Nereo López, participa en la realización del cortometraje surrealista La langosta azul.
Posteriormente, en la década de 1930 estudia la carrera de cine en el Centro Sperimentale Di Cinematografía di Roma (Cinecittà), teniendo como condiscípulos al argentino Fernando Birri y al cubano Julio García Espinosa, que más tarde serían considerados fundadores del llamado Nuevo Cine Latinoamericano. Los tres personajes han declarado en reiteradas oportunidades el impacto que supuso para ellos ver la película Milagro en Milán, de Vittorio de Sica, así como también asistir al nacimiento del neorrealismo italiano, tendencia ésta que los hizo vislumbrar la posibilidad de realizar cine en América Latina siguiendo las mismas técnicas. Es preciso anotar que esta estancia en Roma sirvió para que el escritor aprendiera varios de los entresijos que comporta el quehacer cinematográfico, en tanto y cuanto compartió largas horas de trabajo en moviola al lado del guionista Cesare Zavattini. Este particular afinó en García Márquez una precisión cinematográfica a la hora de narrar con imágenes, que más tarde usaría como parte de su trabajo en Ciudad de México. García Márquez preside desde 1986 la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, que tiene sede en La Habana.
Se tiene conocimiento de que muchas obras cinematográficas mexicanas de los años 1960s fueron escritas por García Márquez, quien al igual que muchos intelectuales de la época firmó los guiones con seudónimo. Memorables son, en todo caso, El gallo de oro (1964) de Roberto Gavaldón, y Tiempo de morir (1966) de Arturo Ripstein. La primera, basada en el cuento homónimo de Juan Rulfo, coescrita junto con el propio autor y el también escritor mexicano Carlos Fuentes, fue protagonizada por Ignacio López Tarso, Narciso Busquets y Lucha Villa, y fotografiada por el insigne Gabriel Figueroa. La segunda, western filmado inicialmente por Ripstein, tuvo su secuela casi 20 años más tarde bajo la tutela de Jorge Alí Triana. Rodrigo García ha anunciado una nueva versión cinematográfica del guión para el 2007.
Además de las tres películas citadas, entre 1965 y 1985 García Márquez participó directamente en los siguientes filmes: En este pueblo no hay ladrones (1965) de Alberto Isaac; Juego peligroso (segmento "HO") (1966) de Luis Alcoriza y Arturo Ripstein. Patsy mi amor 1968) de Manuel Michel; Presagio (1974) de Luis Alcoriza; La viuda de Montiel (1979) de Miguel Littín. María de mi corazón (1979) de Jaime Humberto Hermosillo; El año de la peste (1979) de Felipe Cazals (adaptación del libro de Daniel Defoe "El diario de la peste"; y Eréndira (1983) de Ruy Guerra.
En 1986, conjuntamente con sus dos condiscípulos del Centro Experimentale di Cinematografía, y apoyados por el Comité de Cineastas de América Latina, funda la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de Los Baños, en Cuba, institución a la cual le dedicará tiempo y dinero de su propio bolsillo para apoyar y financiar la carrera de cine de jóvenes provenientes de América Latina, el Caribe, Asia y África. A partir del año siguiente en dicho centro se dedicará a impartir el taller Cómo se cuenta un cuento, fruto del cual salen innumerables proyectos audiovisuales, amén de varios libros sobre de dramaturgia.
En 1987 Francesco Rosi dirige la adaptación de Crónica de una muerte anunciada, protagonizada por Rupert Everett, Ornella Muti, Gian Maria Volonté, Irene Papas, Lucía Bosé y Anthony Delon. El título es unánimemente declarado una floja adaptación del cuento original.
En 1988 se producen y exhiben: Un señor muy viejo con unas alas enormes, de Fernando Birri, con Daisy Granados, Asdrúbal Meléndez y Luis Ramírez; Milagro en Roma, de Lisandro Duque Naranjo, con Frank Ramírez y Amalia Duque García; Fábula de la bella palomera de Ruy Guerra, con Claudia Ohana y Ney Latorraca; y Cartas del parque de Tomás Gutiérrez Alea, con Ivón López, Victor Laplace, Miguel Paneque y Mirta Ibarra.
En 1990 el maestro García Márquez, camino a Japón, hace una escala en Nueva York para conocer al director contemporáneo cuyos guiones más admira: Woody Allen. La razón de su viaje al país oriental es la de encontrarse con Akira Kurosawa, en ese momento rodando "Los sueños", interesado en llevar a la gran pantalla la historia de El otoño del patriarca, ambientado en el Japón medieval. La idea de Kurosawa es totalizadora, incrustar toda la novela en el celuloide sin importar el metraje; infortunadamente para esta idea no existe posibilidad de financiación y el proyecto queda en eso.
En 1991 la televisión colombiana produce María, la insigne novela de Jorge Isaacs, co-adaptada con Lisandro Duque Naranjo y Manuel Arias.
En 1996 se presenta Edipo Alcalde, adaptación de "Edipo Rey" de Sófocles hecha por García Márquez y Estela Malagón, dirigida por Jorge Alí Triana, y protagonizada por Jorge Perugorría, Ángela Molina y Paco Rabal.
En 1999 Arturo Ripstein filma El coronel no tiene quien le escriba, protagonizado por Fernando Luján, Marisa Paredes, Salma Hayek y Rafael Inclán.
En 2001 aparece Los niños invisibles, de Lisandro Duque Naranjo.
En 2003 el Grupo Editorial Random House Mondadori [1] de Nueva York le ofrece los derechos para producir el guión cinematográfico sobre la novela Evita, la Loca de la Casa del narrador luxemburgués Daniel Herrendorf, que protagonizará Madonna bajo la dirección de James Ivory.
En 2006 se rodó El amor en los tiempos del cólera, con guión del sudafricano Ronald Harwood y bajo la batuta del director británico Mike Newell. Filmada en Cartagena de Indias, los personajes son encarnados por Javier Bardem, Giovanna Mezzogiorno, John Leguízamo, Catalina Sandino y Benjamín Bratt. Casi al mismo tiempo se habla de la inminente producción de Del amor y otros demonios, con la dirección de la costarricense Hilda Hildalgo; Memoria de mis putas tristes dirigida por el danés Henning Carlsen y una posible adaptación de El otoño del patriarca por el bosnio Emir Kusturica.
Actividad política
García Marquez ha participado como mediador en las conversaciones de paz adelantadas entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el gobierno colombiano que tienen lugar en Cuba; igualmente participó en el proceso de paz entre el gobierno de Andrés Pastrana y la guerrilla de las FARC que sin embargo fracasó.[6]
También brindó su apoyo y se unió a la amplia lista de prominentes figuras de la América Latina que han manifestado su apoyo a la independencia de Puerto Rico a través de su adhesión a la Proclama de Panamá aprobada por unanimidad en el Congreso Latinoamericano y Caribeño por la Independencia de Puerto Rico celebrado en Panamá en noviembre de 2006. Entre estos autores que dieron su apoyo inequívoco al derecho de Puerto Rico a ejercer su derecho a la plena descolonización y libre determinación, se encuentran las siguientes figuras cuyo reconocimiento es de talla mundial: Pablo Armando Fernández, Ernesto Sábato, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Thiago de Mello, Frei Betto, Carlos Monsiváis, Pablo Milanés, Ana Lydia Vega, Mayra Montero y Luis Rafael Sánchez.

Biografía Mario Benedetti


Mario Benedetti nació el 14 de septiembre de 1920 en Paso de los Toros, Uruguay. Fue hijo de Brenno Benedetti y Matilde Farugia, quienes lo bautizaron con cinco nombres, siguiendo sus costumbres italianas.
Residió en Paso de los Toros junto a su familia durante sus primeros dos años de edad, para luego trasladarse a Tacuarembó por asuntos de negocios. Luego de una fallida estadía en ese sitio (donde fueron víctimas de una estafa[2] ), la familia se trasladó a Montevideo, cuando Mario Benedetti tenía cuatro años de edad. En 1928 inicia sus estudios primarios en el Colegio Alemán de Montevideo, de donde es retirado en 1933. En consecuencia, ingresa al Liceo Miranda por un año. En 1934 hace ingreso a la Escuela Raumsólica de Logosofía. Sus estudios secundarios los realizó de manera incompleta en 1935, en el Liceo Miranda, para continuar de manera libre, por problemas económicos. Desde los catorce años trabajó en la empresa Will L. Smith, S.A., repuestos para automóviles.
Entre 1938 a 1941 residió casi continuamente en Buenos Aires, Argentina.
En 1945 se integró al equipo de redacción del semanario Marcha, donde permaneció hasta 1974, año en que fue clausurado por el gobierno de Juan María Bordaberry. En 1954 es nombrado director literario de dicho semanario.
El 23 de marzo de 1946 contrae nupcias con Luz López Alegre, su gran amor y compañera de vida. En 1948 dirige la revista literaria Marginalia. Publica el volumen de ensayos Peripecia y novela.
En 1949 es miembro del consejo de redacción de Número, una de las revistas literarias más destacadas de la época. Participa activamente en el movimiento contra el Tratado Militar con los Estados Unidos. Es su primera acción como militante. Ese mismo año obtuvo el Premio del Ministerio de Instrucción Pública por su primera compilación de cuentos, Esta mañana. Mario Benedetti fue ganador del galardón en repetidas ocasiones hasta 1958, cuando renunció sistemáticamente a él por discrepancias con su reglamentación.
En 1964 trabaja como crítico de teatro y codirector la página literaria semanal «Al pie de las letras» del diario La mañana. Colabora como humorista en la revista Peloduro. Escribe crítica de cine en La Tribuna Popular. Vuelve a Cuba para participar en el jurado del concurso Casa de las Américas. Participa en el encuentro con Rubén Darío. Viaja a México para participar en el II Congreso Latinoamericano de Escritores.
Participa en el Congreso Cultural de La Habana con la ponencia "Sobre las relaciones entre el hombre de acción y el intelectual" y se vuelve Miembro del Consejo de Dirección de Casa de las Américas. En 1968 funda y dirige el Centro de Investigaciones literarias de Casa de las Américas, cargo en el cual se mantendría hasta 1971[3] .
Junto a miembros del Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros, fundó en 1971 el Movimiento de Independientes 26 de Marzo, una agrupación que pasó a formar parte de la coalición de izquierdas Frente Amplio desde sus orígenes. Benedetti fue representante del Mov. 26 de Marzo en la Mesa Ejecutiva del Frente Amplio desde ..:namespace prefix = st1 ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:smarttags" />1971 a 1973[3] .
Además es nombrado director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República, de Montevideo.
Publica Crónica del 71, compuesto de editoriales políticos publicados en el semanario Marcha en su mayoría, un poema inédito y tres discursos pronunciados durante la campaña del Frente Amplio. También publica Los poemas comunicantes, con entrevistas a diversos poetas latinoamericanos.
Tras el Golpe de Estado del 27 de junio de 1973 renuncia a su cargo en la universidad, pese a ser elegido para integrar el claustro[3] . Por sus posiciones políticas debe abandonar Uruguay, partiendo al exilio en Buenos Aires, Argentina. Posteriormente se exiliaría en Perú, donde fue detenido, deportado y amnistiado, para luego instalarse en Cuba, en el año 1976. Al año siguiente, Benedetti recalaría en Madrid, España. Fueron diez largos años los que vivió alejado de su patria y su esposa, quien tuvo que permanecer en Uruguay cuidando de las madres de ambos.
La versión cinematográfica de La tregua, dirigida por Sergio Renán, fue nominada a la cuadragésimo séptima versión de los Premios Oscar en 1974, a la mejor película extranjera. Finalmente el premio, entregado en la ceremonia del 8 de abril de 1975, se lo adjudicó la película italiana Amarcord.
En 1976 vuelve a Cuba, esta vez como exiliado, y se reincorpora al Consejo de Dirección de Casa de las Américas. El año 1980 se traslada a Palma de Mallorca. Dos años más tarde inicia su colaboración semanal en las páginas de Opinión del diario El País. El mismo año el Consejo de Estado de Cuba le concede la Orden Félix Varela. En 1983 traslada su residencia a Madrid.
Vuelve a Uruguay en marzo de 1983, iniciando el autodenominado período de desexilio, motivo de muchas de sus obras. Es nombrado Miembro del Consejo Editor de la nueva revista Brecha, que va a dar continuidad al proyecto de Marcha, interrumpido en 1974.
En 1986 recibe el Premio Jristo Botev de Bulgaria, por su obra poética y ensayística. En 1987 es galardonado en Bruselas con el Premio Llama de Oro de Amnistía Internacional por su novela Primavera con una esquina rota. En 1989 es condecorado con la Medalla Haydeé Santamaría por el Consejo de Estado de Cuba.
Benedetti recibió, el 30 de noviembre de 1996, el Premio Morosoli de Plata de Literatura, entregado por la Fundación Lolita Rubial, de Minas, Uruguay. En la ocasión, Benedetti fue destacado por su obra narrativa. El mismo año, junto a otros cincuenta escritores, fue distinguido por el Estado de Chile con la Orden al Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral.
En mayo de 1997 fue investido con el título Doctor honoris causa por la Universidad de Alicante. El 30 de septiembre del mismo año fue galardonado con el Premio León Felipe, en mención a los valores cívicos del escritor. Además fue investido en diciembre como Doctor honoris causa en Ciencias Filológicas de la Universidad de La Habana.
El 31 de mayo de 1999 fue galardonado con el VIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, dotado de 6.000.000 ₧. La Fundación Cultural y Científica Iberoamericana José Martí le concedió el 29 de marzo de 2001 el I Premio Iberoamericano José Martí[4] .
El 19 de noviembre de 2002 fue nombrado Ciudadano ilustre por la Intendencia de Montevideo, en una ceremonia encabezada por el intendente Mariano Arana.
En 2004 se le concedió el Premio Etnosur. En 2004 se presentó por primera vez en Roma, Italia, un documental sobre la vida y la poesía de Mario Benedetti, titulado "Mario Benedetti y otras sorpresas". El documental, que fue escrito y dirigido por Alessandra Mosca, y protagonizado por Benedetti, fue patrocinado por la Embajada de Uruguay en Italia. El documental participó en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, en el XIX Festival del Cinema Latinoamericano di Trieste y en el Festival Internacional de Cine de Santo Domingo.
En 2005, Mario Benedetti presentó el poemario Adioses y bienvenidas. En la ocasión también se exhibió el documental Palabras verdaderas, donde el poeta hizo aparición.
El 7 de junio de 2005 se adjudicó el XIX Premio Internacional Menéndez Pelayo, consistente en 48.000 € y la Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. El premio, otorgado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, es un reconocimiento a la labor de personalidades destacadas en el ámbito de la creación literaria o científica, tanto en idioma español como portugués.
Mario Benedetti repartía su tiempo entre sus residencias de Uruguay y España, atendiendo a sus múltiples obligaciones y compromisos. Después del fallecimiento de su esposa Luz López, el 13 de abril de 2006[5] , víctima de la enfermedad de Alzheimer, Benedetti se trasladó definitivamente a su residencia en el barrio Centro de Montevideo, Uruguay. Con motivo de su traslado, Benedetti donó parte de su biblioteca personal en Madrid, al Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti de la Universidad de Alicante[6] .
La Fundación Lolita Rubial volvió a condecorar a Benedetti el 25 de noviembre de 2006, con el Premio Morosoli de Oro.
El pasado 18 de Diciembre de 2007, en la sede del Paraninfo de la Universidad de la República, en Montevideo, Uruguay, el Maestro Benedetti recibió la orden "Francisco de Miranda, en su Primera Clase" la más alta distinción que otorga el Gobierno Venezolano por el aporte a la ciencia, la educación y al progreso de los pueblos.
Ha publicado mas de 40 libros y ha sido traducido a 18 idiomas.
Obras [editar]
La obra de Mario Benedetti se encuentra compilada en las siguientes publicaciones:
Cuento [editar]
Esta mañana y otros cuentos, 1949.
Montevideanos, 1959.
Datos para el viudo, 1967.
La muerte y otras sorpresas, 1968.
Con y sin nostalgia, 1977.
Geografías[7] , 1984.
Recuerdos olvidados, 1988.
Despistes y franquezas[7] , 1989.
Buzón de tiempo, 1999.
El porvenir de mi pasado, 2003.
El otro yo
Drama
El reportaje, 1958.
Ida y vuelta, 1963.
Pedro y el Capitán, 1979.
Novela
Quién de nosotros, 1953.
La tregua, 1960.
Gracias por el fuego, 1965.
El cumpleaños de Juan Ángel[8] , 1971.

Biografía Manuel Rojas


Manuel Rojas nació el 8 de enero de 1896 en la ciudad de Buenos Aires. Era hijo de chilenos.En 1899 se instalan en Santiago, pero en 1903 la madre, viuda, vuelve a Buenos Aires.Estudió hasta los 11 años. A los 16 cruza la cordillera de los Andes, realizando en Chile una seguidilla de trabajos: pintor, electricista, vendimiador, peón del Ferrocarril Trasandino, estibador,aprendiz de sastre, talabartero, cuidador de faluchos en Valparaíso, consueta y actor en compañías teatrales que recorren el país.Casó con María Baeza con quien tuvo tres hijos. Trabaja en las prensas de la Universidad de Chile, en la Biblioteca Nacional. Es articulista en Los Tiempos y en Las Ultimas Noticias. Labora en el Hipódromo Chile. Enviuda, vuelve a casarse, recorre Europa, Suramérica y Oriente Medio. Dicta cátedras sobre literatura chilena y americana en universidades de Estados Unidos.Fue profesor en la Universidad de Chile.Hijo Ilustre de Valparaíso y Premio Nacional de Literatura 1957.
Fallece en Santiago el 11 de marzo de 1973.

EL ESCRITOR
Manuel Rojas escribe a partir de vivencias personales, lo cual le permite adentrarse en la sicología de los personajes con proverbial talento. Nadie como él para recrear los ambientes sórdidos donde se desarrolla la existencia de gran parte del pueblo chileno, nadie como él para pintar las personas pobres, rastrear en su personalidad, reflejar los males del chileno común, especialmente, su atracción por el alcohol y el sexo. Nadie como él para internarse en los vericuetos de la pobreza, el desamparo, la estolidez, la solidaridad, los prejuicios sociales. No alza el dedo ni eleva la mano agitadora. No denuncia. Muestra, describe, presenta los hechos. Con pasión, es cierto, a veces con la frialdad del médico que cura las enfermedades, pero jamás con indiferencia.Ayuda a todo ésto el uso acertado del lenguaje mediante un estilo que es notable. Manuel Rojas posee uno de los pocos estilos atractivos que existen en Chile: claro, sencillo, interesante, motivador, que capta y arrastra, que obliga a leerlo. A veces se alarga, otras veces busca la síntesis, pero todo es un compendio de humanidad, donde lo que se dice no sobra y está en el lugar adecuado.Tiene mucho de la conversación íntima entre dos personas.
Leerle es un placer, de esos placeres cada vez más lejanos, puesto que los escritores actuales no se caracterizan, precisamente, por hacer reiterados homenajes al estilo, a un buen estilo.
LOS LIBROS
Hijo de Ladrón es su obra más conocida y famosa, la que lo envió a los aires trascendentes. Es una autobiografía y en ella ya se manifiesta el talento recreador de Manuel Rojas. Escribió otras novelas interesantes, que tuvieron éxito de crítica y de público, pero Hijo de Ladrón es su epopeya máxima, el texto que lo remitió a la gloria.
Nómina de libros publicados:
Poéticas.1921
Hombres del Sur.1926
Tonada del transeúnte.1927
El delincuente.1929
Lanchas en la bahía.1932
Travesía.1934
La ciudad de los Césares.1936
De la poesía a la revolución.1938
José Joaquin Vallejo.1942
El bonete maulino.1943
Hijo de Ladrón.1951
Desecha rosa.1954
Imágenes de infancia.1955
Chile:cinco navegantes y un astrónomo.1956
Los costumbristas chilenos.1957
Mejor que el vino.1958
Punta de Rieles.1960
El árbol siempre verde.1960
Antología autobiográfica.1962
Esencias del pais chileno. 1963
Historia Breve de la literatura chilena.1964
Pasé por México un dia.1964.
Sombras contra el muro 1964
Manual de literatura chilena.1964
Viaje al país de los profetas.1969
La oscura vida radiante. 1971.
Justo Arteaga Alemparte.1974

Vocabulario:"La Metamorfosis"

VOCABULARIO
I- Busca el significado de las siguientes palabras y luego realiza una oraciòn relacionada con el contexto recreado en la novela.
Arqueado, odaliscas, pupitre, holgazanerìa, superflua, irreprimible, vacilar, abombado, itinerarios, veladas, proferìa, vestìbulo, rendija, excesivo, aprestò, enclaustramiento, urbana, jùbilo, prescindir,decidir.
II- Cambia la palabra destacada por otra, sin que esta ùltima altere el sentido global del texto.
"Arrojar la colcha lejos de sì era cosa harto sencilla;le bastarìa para ello con hincharse y la colcha caerìa por sì sola.Pero la dificultad estaba en la extraordinaria anchura de Gregorio. Para incorporarse habrìa necesitado de los brazos y las manos; pero, en su lugar, tenìa solo las innumerables patitas en constante agitaciòn y que eran imposibles de controlar, si intentaba encoger alguna, era la primera en estirarse; y si al fin lograba con esta pata el movimiento, todas las demàs trabajaban como liberadas en febril y doloroso desorden. No conviene estar de ocioso en la cama, se dijo Gregorio."

Crítica literaria "El Llano en llamas". 3º Medio Diferencial

Crítica Literaria: "El Llano en llamas" Juan Rulfo
Marta Leticia Villaseñor García*

Introducción
En la novela realista predominan la descripción minuciosa para hacer llegar al lector todo lo que se refiere al ambiente y los antecedentes de los personajes, y el diálogo, vivo, coloquial, mediante el cual cada personaje se define. Se emplea una prosa sobria, cuidada, siempre adaptada a la índole de los personajes.
En el realismo mágico se incorpora lo maravilloso a la visión de la realidad, convirtiéndola en fantasía sin deformarla. En la literatura, el efecto mágico se logra mediante la yuxtaposición de escenas y detalles de gran realismo con situaciones fantásticas.
En la obra de Juan Rulfo, la combinación de los dos planos, el real y el fantástico, es admirablemente manejada. El rigor en la elaboración de su obra y la consistencia del contenido y del estilo, supone una transformación de la narrativa realista de su época. La fama del autor se explica por la visión mágica de la realidad en su verdad desolada y sin esperanza.
Utilizando algunas técnicas del surrealismo, Rulfo diluye los límites entre la realidad y la irrealidad y proyecta un ámbito en que el tiempo no transcurre.

Lo Rural en la obra de Rulfo
Juan Rulfo mira con su lente ideológico los espacios regionales, tradición narrativa mexicana iniciada por Fernández de Lizardi, que se mezcla con esa tradición de escribir para mejorar la vida mexicana, exponer vicios, defectos y virtudes que agobian a la sociedad. Su producción literaria remite al proceso histórico que configuró la región sur de Jalisco; así, al reproducir valores, costumbres, ideas, reconstruye el espacio social y geográfico donde se gesta la expresión cultural de la región. En su creación, se mantuvo fiel a su tierra natal.
Rulfo adoptó desde un principio como base de su sistema narrativo la concepción del mundo rural. Reconstruyendo la vida del pueblo mexicano en todo su carácter singular, descubrió en el campo problemas de escala nacional. Viajó por el país, conoció la vida en muchos estados y por doquier, a través de diferencias geográficas y de costumbres, aparecían ante él los rasgos que recordaba de la infancia.
La niñez de Juan Rulfo transcurrió en una atmósfera llena de repercusiones de la reciente Revolución, en tierra áspera, estéril por la erosión, y devastada por los largos años de Guerra Civil. En la segunda mitad de los años 20, el estado de Jalisco se convirtió en uno de los focos de la rebelión de los cristeros. Llevados hasta la desesperación, los campesinos abandonaban los lugares natales. Los pueblos desiertos y los campos desolados quedaron grabados para siempre en su memoria.

En buena parte de su obra se manifiesta una interpretación del proceso histórico de la realidad de México. El mundo de Rulfo es el medio rural del México agotado por ..:namespace prefix = st1 ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:smarttags" />la Revolución y por la Guerra Cristera. Para el autor, la autenticidad geográfica y el costumbrismo son condiciones necesarias. En los destinos de los coterráneos presentados por el autor, se reflejan los problemas generales del campesinado de todo el país.
La originalidad de Rulfo radica en que supo adentrarse en el ser mexicano desde lo particular para recrear arquetipos universales. Rulfo se concentra en el hombre criollo y mestizo del sur de Jalisco, desde su propia tradición para desenmascarar las distintas formas que toma la opresión y la manera en que los seres se defienden de ella.1

El llano en llamas
La acción de los cuentos de El llano en llamas se desarrolla en los límites de la parte sureste de Jalisco, desde el Lago de Chapala hasta la frontera con los estados de Colima y Michoacán. El tiempo de la acción también está limitado aproximadamente a cuatro décadas, desde la revolución de 1910 hasta comienzos de los año cincuenta. Esta es la tierra en la que creció el escritor; ésta es la época en que se formó su conciencia, ésta es la vida que conoce desde dentro.
El llano en llamas presenta un mundo rural violento y desesperanzado, presidido por el hambre, la soledad y la muerte. Los conflictos sociales y cotidianos de sus cuentos no son nuevos.
En este texto la aportación de Rulfo radica en su capacidad para penetrar en el mundo interior del campesino mexicano con profundidad, descubrió este mundo y lo hizo presente en la literatura, la introspección y puntos de vista personales; monólogos interiores y flujo de la conciencia, subjetivismo. En este relato sobre la vida de su región está presente el México campesino, infortunado, que se mantiene en la periferia del progreso histórico, que aún espera la solución de sus problemas.
Un conocimiento profundo de todo lo que escribió Rulfo –adquirido, sentido y vivido profundamente– es lo primero que se percibe al leer El llano en llamas. Esto es lo que permite al autor seleccionar inequívocamente las peculiaridades más características que dan la imagen del todo.
Visión trágica la de Rulfo, que nos muestra aspectos terribles de la existencia; visión humanista, que nos muestra los modos por los cuales se defiende el destino de la persona humana y el sentido de su existencia; visión crítica, que nos muestra las flaquezas del ser y su fuerza desafiante ante la opresión y la muerte.2
La obra rulfiana trasciende lo estrictamente social y desemboca en temas de amplio alcance humano. El fenómeno social representado en todo su carácter concreto, adquiere en su obra un sentido figurado, casi simbólico.

El Lenguaje en la obra de Rulfo
Oyendo los cuentos de los campesinos sobre las guerras, los bandidos o los fantasmas, cuentos que comenzaban con el invariable "¿Te acuerdas?", Rulfo fue aprendiendo inconscientemente a valorar la parquedad y la expresividad del habla popular, acostumbrándose a su música y sintiendo gusto por las reiteraciones que comunicaban a este hablar un ritmo fascinante. Rulfo debe a este lenguaje las más importantes impresiones desde su infancia.
Su estilo se basa en el lenguaje popular, de los campesinos de Jalisco; lenguaje parco y preciso, frases cortas, pocos adjetivos; lenguaje exacto y expresivo. El diálogo cotidiano, cuidadosamente elaborado. Profunda asimilación del habla popular y la salvación estética de ese lenguaje, unión que explica la riqueza sugestiva de su estilo.
En la recreación literaria del lenguaje rústico, en su intensidad expresiva, en su cuidadosa elección, están los elementos que con mayor sabiduría y sentido estético explotó este autor; escribe en forma simple, con personajes sencillos. Para plasmar este descubrimiento Rulfo se guió más por el oído. El habla sobria y exacta, lenta y tensa, llevaba al escritor a las fuentes que la alimentan, la vida espiritual del pueblo y hacer esta vida comprensible para todos, reconstruirla con las palabras, con las cuales ella se expresa, es la tarea que se impuso Rulfo en su obra.

...su capacidad de adentrarse dentro de la supuesta "realidad" y lenguaje de los campesinos mexicanos, y, al mismo tiempo, de elevar dicha realidad y dicho lenguaje al nivel literario...3

Contar y por regla general, por boca de los propios protagonistas, es lo que hace Rulfo en su obra, no describe ni muestra. La narración es llevada por uno de los personajes desde el principio hasta el final. O la forma de narración en la que predomina el habla ajena. Pero el habla ajena es el habla campesina, parca y a su vez detallada, por momentos difícil, y es, precisamente, en esta dificultad donde se encuentra la expresividad poco común. Las voces humanas, reproducidas con toda su riqueza de entonación, forman el tejido artístico del cuento, en el cual sólo por momentos se insertan las observaciones lacónicas del autor.
Así, desaparece la visión de los personajes desde arriba y desde afuera, para privilegiar la visión desde adentro, el discurso individual de personajes marginados cuyo lenguaje subvierte categorías y convencionalismos establecidos.4
La palabra sonora o silenciosa, pero siempre viva, es el recurso fundamental y en la mayoría de los casos el único medio de caracterización de los personajes. Rulfo sabe aprovechar las posibilidades que brinda este recurso, con lo cual logra crear imágenes de extraordinario realismo. Diríase que palpables, de la gente, partiendo casi exclusivamente de lo que hablan estos hombres y mujeres y de lo que piensan y cómo piensan. En esencia los personajes de los cuentos de Rulfo reflexionan sobre la acción, en alta voz y en monólogos interiores, Cada uno es una personalidad irrepetible.

Rulfo consigue descripciones por entero eficaces y sobrias a base de suprimir casi completamente el adjetivo... Con líneas más que con colores, como en ciertos cuadros de Orozco, en que prevalece el trazado sobre los elementos cromáticos... La prosa de Rulfo resulta popular –ya lo dijimos– porque repite, más que le léxico de nuestro pueblo, la sintaxis del mismo, que es al fin y al cabo la expresión de una manera de pensar... Con tratarse en todos los cuentos de personajes campesinos, Rulfo no amontona palabras folklóricas, y apenas si utiliza algunas, no folklóricas sino de usos familiar... Rulfo tiene una tendencia pocas veces abandonada hacia los temas dolorosos... En esto de los asuntos dramáticos, en que aparecen pasiones y acciones desenfrenadas, recuerda un poco Rulfo a Mariano Azuela...5

Rulfo, por lo general, de inmediato y sin explicaciones preliminares, incorpora al lector al flujo de los pensamientos de sus personajes y lo obliga a escuchar sus conversaciones. Precisamente en los monólogos y diálogos se descubren las relaciones de los protagonistas con el mundo que los rodea y entre ellos mismos, y se presenta el cuadro de los acontecimientos que tuvieron o están teniendo lugar. Pero estos sucesos interesan al autor, sólo en la medida en que los mismos se reflejan en la conciencia de los seres humanos.
Entre los recursos narrativos de Rulfo se encuentran el diálogo, el monólogo interior, con la asimilación y profundización del lenguaje local; la dislocación y la simultaneidad de planos temporales.

Rulfo encontró la forma justa para mostrar el imaginario cultural de una comunidad rural al eliminar al narrador omnisciente y darles a los personajes vida y lengua propias. Así narrador y personaje se convierten en una sola identidad, se confunden; y al confundirse se crea un lenguaje literario nuevo que finge ser lenguaje hablado, y que establece como valiosas las experiencias y la visión del que habla.6

¡Diles que no me maten!
En este cuento, el protagonista relata la vida trágica del campesino mexicano. Los personajes son individuos y a la vez forman el retrato eterno del campesino sufrido. La presentación varía entre diálogos, narración y recuerdos con cuatro puntos de vista: de Juvencio, de su hijo, del coronel y del autor. Los cuatro diálogos desempeñan un papel fundamental narrando el principio (Juvencio y su hijo Justino), el fin (Justino y el cadáver de su padre) y los motivos tanto por el crimen (Juvencio y don Lupe) como por el castigo (el coronel, el soldado y Juvencio).
La intervención del autor como narrador se hace sutilmente con un estilo popular para no romper el ambiente. Las oraciones son breves y contundentes, el vocabulario es sencillo y predominan los verbos. Sus personajes son también narradores, van desgranando poco a poco una secuencia y una acción que anula el acontecer temporal y se manifiestan lacónicos y elocuentes. Los recuerdos de Juvencio y del coronel, presentados a través del autor lo mismo que directamente, sirven para aclarar la trama.
Juan Rulfo tiene una dualidad hasta ahora inesperada en la prosa mexicana, la dualidad del realismo y la poesía... Estos cuentos de un humor tiránico, negro, fantástico, contiene sin duda los dos elementos: la realidad del campo laborable mexicano, agostado, seco, hecho polvo, y esa sombra que se erige sobre la tierra: una sombra larga, sinuosa, extemporáneas, acérrima: el motivo de la poesía.7
Lo expuesto en los cuentos de Juan Rulfo parece discutir con la secuencia cronológica de los acontecimientos; avanza, se detiene, retrocede, justo como el pensamiento humano que no trata sólo de restablecer la concatenación exterior de los hechos, sino de entender su profunda relación y encontrar la esencia de las cosas.

Notas
1. Klahn, Norma. "La ficción de Juan Rulfo: Nuevas formas del decir", en: Fell, C.: Juan Rulfo. Toda la Obra (Vol. 17). México, 1992. [Col. Archivos]. pp. 426.
2. Ibídem. pp. 427.
3. Gerald, Martin. "Vista Panorámica", en: Fell, C.: Juan Rulfo. Toda la Obra (Vol. 17). México, 1992. [Col. Archivos]. pp. 479.
4. Klahn, Norma. "La ficción de Juan Rulfo: Nuevas formas del decir", en: Fell, C.: Juan Rulfo. Toda la Obra (Vol. 17). México, 1992. [Col. Archivos]. pp. 427.
5. Francisco Zendejas, citado por Gerald, Martin: "Vista Panorámica", en: Fell, C.: Juan Rulfo. Toda la Obra (Vol. 17). México, 1992. [Col. Archivos]. pp. 479.
6. Klahn, Norma. "La ficción de Juan Rulfo: Nuevas formas del decir", en: Fell, C.: Juan Rulfo. Toda la Obra (Vol. 17). México, 1992. [Col. Archivos]. pp. 427.
7. Francisco Zendejas, citado por Gerald, Martin: "Vista Panorámica", en: Fell, C.: Juan Rulfo. Toda la Obra (Vol. 17). México, 1992. [Col. Archivos]. pp. 479.

Bibliografía
DÍAZ-PLAJA, G. y Monterde, F. Historia de la Literatura Española e Historia de la Literatura Mexicana, Porrúa. México, 1986.
FELL, C. Juan Rulfo. Toda la Obra. (Vol. 17). México, 1992. [Col. Archivos].
GONZÁLEZ Peña, C. Historia de la Literatura Mexicana. Ed. Porrúa. México, 1990.
MILLAN, M. C. Literatura Mexicana. Ed. Esfinge. México, 1978.
RULFO, J. El llano en llamas. Ed. FCE. México, 1989.
TORRES Montalvo, H. A. Literatura Hispano Mexicana. Ed. Herrero. México, 1975.

Selección de Cuentos hispanoamericanos (1º medio)

La Intrusa

Jorge Luis Borges
Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por Eduardo, el menor de los Nelson, en el velorio de Cristián, el mayor, que falleció de muerte natural, hacia mil ochocientos noventa y tantos, en el partido de Morón. Lo cierto es que alguien la oyó de alguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre mate y mate, y la repitió a Santiago Dabove, por quien la supe. Años después, volvieron a contármela en Turdera, donde había acontecido. La segunda versión, algo más prolija, confirmaba en suma la de Santiago, con las pequeñas variaciones y divergencias que son del caso. La escribo ahora porque en ella se cifra, si no me engaño, un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros antiguos. Lo haré con probidad, pero ya preveo que cederé a la tentación literaria de acentuar o agregar algún pormenor.
En Turdera los llamaban los Nilsen. El párroco me dijo que su predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres góticos; en las últimas páginas entrevió nombres y fechas manuscritas. Era el único libro que había en la casa. La azarosa crónica de los Nilsen, perdida como todo se perderá. El caserón, que ya no existe, era de ladrillo sin revocar; desde el zaguán se divisaban un patio de baldosa colorada y otro de tierra. Pocos, por lo demás, entraron ahí; los Nilsen defendían su soledad. En las habitaciones desmanteladas dormían en catres; sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hojas corta, el atuendo rumboso de los sábados y el alcohol pendenciero. Sé que eran altos, de melena rojiza. Dinamarca o Irlanda, de las que nunca oirían hablar, andaban por la sangre de esos dos criollos. El barrio los temía a los Colorados; no es imposible que debieran alguna muerte. Hombro a hombro pelearon una vez a la policía. Se dice que el menor tuvo un altercado con Juan Iberra, en el que no llevó la peor parte, lo cual, según los entendidos, es mucho. Fueron troperos, cuarteadores, cuatreros y alguna vez tahúres. Tenían fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos. De sus deudos nada se sabe y ni de dónde vinieron. Eran dueños de una carreta y una yunta de bueyes.
Físicamente diferían del compadraje que dio su apodo forajido a la Costa Brava. Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo unidos que fueron. Malquistarse con uno era contar con dos enemigos.
Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían sido hasta entonces de zaguán o de casa mala. No faltaron, pues, comentarios cuando Cristián llevó a vivir con él a Juliana Burgos. Es verdad que ganaba así una sirvienta, pero no es menos cierto que la colmó de horrendas baratijas y que la lucía en las fiestas. En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y donde se bailaba, todavía, con mucha luz. Juliana era de tez morena y de ojos rasgados; bastaba que alguien la mirara, para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida.
Eduardo los acompañaba al principio. Después emprendió un viaje a Arrecifes por no sé qué negocio; a su vuelta llevó a la casa una muchacha, que había levantado por el camino, y a los pocos días la echó. Se hizo más hosco; se emborrachaba solo en el almacén y no se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristián. El barrio, que tal vez lo supo antes que él, previó con alevosa alegría la rivalidad latente de los hermanos.
Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de Cristián atado al palenque En el patio, el mayor estaba esperándolo con sus mejores pilchas. La mujer iba y venía con el mate en la mano. Cristián le dijo a Eduardo:
-Yo me voy a una farra en lo de Farías. Ahí la tenés a la Juliana; si la querés, usala.
El tono era entre mandón y cordial. Eduardo se quedó un tiempo mirándolo; no sabía qué hacer. Cristián se levantó, se despidió de Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, montó a caballo y se fue al trote, sin apuro.
Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabrá los pormenores de esa sórdida unión, que ultrajaba las decencias del arrabal. El arreglo anduvo bien por unas semanas, pero no podía durar. Entre ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, ni siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban razones para no estar de acuerdo. Discutían la venta de unos cueros, pero lo que discutían era otra cosa. Cristián solía alzar la voz y Eduardo callaba. Sin saberlo, estaban celándose. En el duro suburbio, un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, más allá del deseo y la posesión, pero los dos estaban enamorados. Esto, de algún modo, los humillaba.
Una tarde, en la plaza de Lomas, Eduardo se cruzó con Juan Iberra, que lo felicitó por ese primor que se había agenciado. Fue entonces, creo, que Eduardo lo injurió. Nadie, delante de él, iba a hacer burla de Cristián.
La mujer atendía a los dos con sumisión bestial; pero no podía ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la participación, pero que no la había dispuesto.
Un día, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer patio y que no apareciera por ahí, porque tenían que hablar. Ella esperaba un diálogo largo y se acostó a dormir la siesta, pero al rato la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo que tenía, sin olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le había dejado su madre. Sin explicarle nada la subieron a la carreta y emprendieron un silencioso y tedioso viaje. Había llovido; los caminos estaban muy pesados y serían las once de la noche cuando llegaron a Morón. Ahí la vendieron a la patrona del prostíbulo. El trato ya estaba hecho; Cristián cobró la suma y la dividió después con el otro.
En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la mañana (que también era una rutina) de aquel monstruoso amor, quisieron reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a las trucadas, al reñidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez, se creyeron salvados, pero solían incurrir, cada cual por su lado, en injustificadas o harto justificadas ausencias. Poco antes de fin de año el menor dijo que tenía que hacer en la Capital. Cristián se fue a Morón; en el palenque de la casa que sabemos reconoció al overo de Eduardo. Entró; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece que Cristián le dijo:
-De seguir así, los vamos a cansar a los pingos. Más vale que la tengamos a mano.
Habló con la patrona, sacó unas monedas del tirador y se la llevaron. La Juliana iba con Cristián; Eduardo espoleó al overo para no verlos.
Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame solución había fracasado; los dos habían cedido a la tentación de hacer trampa. Caín andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande -¡quién sabe qué rigores y qué peligros habían compartido!- y prefirieron desahogar su exasperación con ajenos. Con un desconocido, con los perros, con la Juliana, que habían traído la discordia.
El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un domingo (los domingos la gente suele recogerse temprano) Eduardo, que volvía del almacén, vio que Cristián uncía los bueyes. Cristián le dijo:
-Vení, tenemos que dejar unos cueros en lo del Pardo; ya los cargué; aprovechemos la fresca.
El comercio del Pardo quedaba, creo, más al Sur; tomaron por el Camino de las Tropas; después, por un desvío. El campo iba agrandándose con la noche.
Orillaron un pajonal; Cristián tiró el cigarro que había encendido y dijo sin apuro:
-A trabajar, hermano. Después nos ayudarán los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con su pilchas, ya no hará más perjuicios.
Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro círculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla.
FIN

La noche de los feos

Mario Bendetti
1
Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos llenos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos en la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primara vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos —de la mano o del brazo— tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendedura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolvieron mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en el penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca, bien formada. Era la oreja de su lado normal.

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro, y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar la curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico.

Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculo mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.

Nos sentamos, pedimos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
"¿Qué está pensando?", pregunté. Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma. "Un lugar común", dijo. "Tal para cual."

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.

"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?" "Sí", dijo, todavía mirándome. "Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida." "Sí."
Por primera vez no pudo sostener mi mirada.

"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo." "¿Algo como qué?" "Como queremos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."
Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.

"Prométame no tomarme por un chiflado." "Prometo". "La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?" "No." "¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"

Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.
"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."
Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico. "Vamos", dijo.

2
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse. Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron. En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.

Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad, mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.

Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barbas, de mi marca siniestra.

Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.
FIN

EL AHOGADO MÁS HERMOSO DEL MUNDO

Gabriel García Márquez
Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado.

Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el olor del mar, y sólo la forma permitía suponer que era el cadáver de un ser humano, porque su piel estaba revestida de una coraza de rémora y de lodo.

No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. El pueblo tenía apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el extremo de un cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el temor de que el viento se llevara a los niños, y a los pocos muertos que les iban causando los años tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los hombres cabían en siete botes. Así que cuando encontraron el ahogado les bastó con mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que estaban completos.

Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres averiguaban si no faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se quedaron cuidando el ahogado. Le quitaron el lodo con tapones de esparto, le desenredaron del cabello los abrojos submarinos y le rasparon la rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían, notaron que su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas estaban en piltrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales. Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante solitario de otros ahogados de mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesterosa de los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de hombre que era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación.

No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderlo ni una mesa bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado.

Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos pantalones con un buen pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo, contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres, pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquel era capaz de hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra.

Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos pasión que compasión, suspiró:
- Tiene cara de llamarse Esteban.

Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que no podía tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jóvenes, se mantuvieron con la ilusión de que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera llamarse Lautaro. Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal cortados y peor cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacían saltar los botones de la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas: era Esteban. Las mujeres que lo habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían cortado las uñas y raspado la barba no pudieron reprimir un estremecimiento de compasión cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo descomunal, si hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de medio lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar, mientras la dueña de la casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de miedo "siéntese aquí, Esteban, hágame favor", y él recostado contra las paredes, sonriendo, "no se preocupe, señora, así estoy bien", con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo mismo en todas la visitas, "no se preocupe, señora, así estoy bien", sólo para no pasar la vergüenza de desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían "no te vayas, Esteban, espérate siquiera que hierva el café", eran los mismos que después susurraban "ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso". Esto pensaban las mujeres frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le taparon la cara con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto para siempre, tan indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras grietas de lágrimas en el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras, alentándose entre sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más sollozaban más deseos sentían de llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez más Esteban, hasta que lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el más manso y el más servicial, el pobre Esteban. Así que cuando los hombres volvieron con la noticia de que el ahogado no era tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las lágrimas.
- ¡Bendito sea Dios –suspiraron-: es nuestro!

Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades de mujer. Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único que querían era quitarse de una vez el estorbo del intruso antes de que prendiera el sol bravo de aquel día árido y sin viento. Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las amarraron con carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los acantilados. Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia, de manera que las malas corrientes no fueran a devolverlo a la orilla, como había sucedido con otros cuerpos. Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas picoteando amuletos de mar en los arcones, unas estorbando por aquí porque querían ponerle al ahogado los escapularios del buen viento, otras estorbando allá para abrocharle una pulsera de orientación, y al cabo de tanto "quítate de ahí, mujer, ponte donde no estorbes, mira que casi me haces caer sobre el difunto", a los hombres se les subieron al hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con qué objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus reliquias de pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante alboroto por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda. Una de las mujeres, mortificada por tanta indolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo de la cara, y también los hombres se quedaron sin aliento.

Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su guacamaya en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado, ni tan hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, "en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galeón en el cuello y hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa por los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver conmigo". Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces, los que sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta esos, y otros más duros, se estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban.

Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le dieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron la necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro "ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso", porque ellos iban a pintar la fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que en los amaneceres de los años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas, "miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir bajo las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde mirar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban".

FIN

El Vaso de Leche

Manuel Rojas
Afirmado en la barandilla de estribor, el marinero parecía esperar a alguien. Tenla en la mano izquierda un envoltorio de papel blanco manchado de grasa en varias partes. Con la otra mano atendía la pipa.

Entre unos vagones apareció un joven delgado; se detuvo un instante, miró hacia el mar y avanzo después, caminando por la orilla del muelle con las manos en los bolsillos, distraído o pensando. .

Cuando pasó frente al barco, el marinero le gritó en inglés:
-¡I say; look here! (¡Oiga, mire!).
El joven levantó la cabeza y, sin detenerse, contestó en el mismo idioma:
-Hallow! What? (¡Hola! ¿Qué?). -Are you hungry? (¿Tiene hambre?).
Hubo un breve silencio, durante el cual joven pareció reflexionar y hasta dio un paso más corto que los demás, como para detenerse; pero al fin dijo, mientras dirigía al marinero una sonrisa triste:
-Non, I am not hungry! Thank you, sailor. (No, no tengo hambre. Muchas gracias, marinero).
-Very well. (Muy bien).

Sacose la pipa de la boca el marinero, escupió y colocándosela de nuevo entre los labios, miró hacia otro lado. El joven, avergonzado de que su aspecto despertara sentimientos de caridad, pareció apresurar el paso, como temiendo arrepentirse de su negativa.

Un instante después un magnífico vagabundo, vestido inverosímilmente de harapos, grandes zapatos rotos, larga barba rubia y ojos azules, pasó ante el marinero, y éste, sin llamarlo previamente, le gritó:
-Are you hungry?
No había terminado aún su pregunta cuando el atorrante, mirando con ojos brillantes el paquete que el marinero tenía en las manos, contestó apresuradamente:
-Yes, sir, 1 am very much hungry! (Si, señor, tengo harta hambre).

Sonrió el marinero. El paquete voló en el aire y fue a caer entre las manos ávidas del hambriento. Ni si quiera dio las gracias y abriendo el envoltorio calentito aún, sentose en el suelo, restregándose las manos alegremente al contemplar su contenido. Un atorrante de puerto puede no saber inglés, pero nunca se perdonaría no saber el suficiente como para pedir de comer a uno que hable ese idioma.

El joven que pasara momentos antes, parado a corta distancia de allí, presenció la escena.

El también tenía hambre. Hacia tres días justos que no comía, tres largos días. Y más por timidez y vergüenza que por orgullo, se resistía a pararse delante de las escalas de los vapores, a las horas de comida, esperando de la generosidad de los marineros algún paquete que contuviera restos de guisos y trozos de carne. No podía hacerlo, no podría hacerlo nunca. Y cuando, como en el caso reciente, alguno le ofrecía sus sobras, las rechazaba heroicamente, sintiendo que la negativa aumentaba su hambre.

Seis días hacía que vagaba por las callejuelas y muelles de aquel puerto. Lo había dejado allí un vapor inglés procedente de Punta Arenas, puerto en donde había desertado de un vapor en que servía como muchacho de capitán.

Estuvo un mes allí, ayudando en sus ocupaciones a un austriaco pescador de centollas, y en el primer barco que pasó hacia el norte embarcose ocultamente. Lo descubrieron al día siguiente de zarpar y enviáronlo a trabajar en las calderas. En el primer puerto grande que tocó el vapor lo desembarcaron, y allí quedó como un fardo sin dirección ni destinatario, sin conocer a nadie, sin un centavo en los bolsillos y sin saber trabajar en oficio alguno.

Mientras estuvo allí el vapor, pudo comer, pero después... La ciudad enorme, que se alzaba más allá de las callejuelas llenas de tabernas y posadas pobres, no le atraía; parecía un lugar de esclavitud, sin aire, cura, sin esa grandeza amplia del mar, y entre cuyas altas paredes y calles rectas la gente vive y muere aturdida por un tráfago angustioso.

Estaba poseído por la obsesión del mar, que tuerce las vidas más lisas y definidas como un brazo poderoso una delgada varilla. Aunque era muy joven había hecho varios viajes por las costas de América del Sur, en diversos vapores, desempeñando distintos trabajos y faenas, faenas y trabajos que en tierra casi no tenían aplicación.

Después que se fue el vapor anduvo y anduvo, esperando del azar algo que le permitiera vivir de algún modo mientras volvía a sus canchas familiares; pero no encontró nada. El puerto tenía poco movimiento y en los contados vapores en que se trabajaba no lo aceptaron.

Ambulaban por allí infinidad de vagabundos de profesión; marineros sin contrata, como él, desertados de un vapor o prófugos de algún delito; atorrantes abandonados al ocio,-que se mantienen de no se sabe qué, mendigando o robando, pisando los días como las cuentas de un rosario mugriento, esperando quién sabe qué extraños acontecimientos, o no esperando nada individuos de las razas y pueblos más exóticos y extraños, aun de aquellos en cuya existencia no se cree hasta no haber visto un ejemplar.

Al día siguiente, convencido de que no podría resistir mucho más, decidió recurrir a cualquier medio para procurarse alimentos. Caminando, fue a dar delante de un vapor que había llegado la noche anterior y que cargaba trigo. Una hilera de hombres marchaba, dando la vuelta, al hombro los pesados sacos, desde los vagones, atravesando una planchada, hasta la escotilla de la bodega, donde los estibadores recibían la carga.

Estuvo un rato mirando hasta que atreviose a hablar con el capataz, ofreciéndose. Fue aceptado y animosamente formó parte de la larga fila de cargadores. Durante el primer tiempo de la jornada trabajó bien; pero después empezó a sentirse fatigado y le vinieron vahídos, vacilando en la planchada cuando marchaba con la carga al hombro, viendo a sus pies la abertura formada por el costado del vapor y el murallón del muelle, en el fondo de la cual, el mar, manchado de aceite y cubierto de desperdicios, glogloteaba sordamente.

A la hora de almorzar hubo un breve descanso y en tanto que algunos fueron a comer en los figones cercanos y otros comían lo que habían llevado, él se tendió en el suelo a descansar, disimulando su hambre. Terminó la jornada completamente agotado, cubierto de sudor, reducido ya a lo último. Mientras los trabajadores se retiraban, se sentó en unas bolsas acechando al capataz, y cuando se hubo marchado el último acercose a él y confuso y titubeante, aunque sin contarle lo que le sucedía, le preguntó si podían pagarle inmediatamente o si era posible conseguir un adelanto a cuenta de lo ganado.

Contestole el capataz que la costumbre era pagar al final del trabajo y, que todavía sería necesario el día siguiente para concluir de cargar el vapor,¡un día más! Por otro lado, no adelantaban, un centavo.

-Pero -le dijo-, si usted necesita, yo podría darle unos cuarenta centavos
... No tengo, más.

Agradeció el ofrecimiento con una sonrisa angustiosa y se fue. Le acometió entonces una desesperación aguda. ¡Tenía hambre, hambre, hambre. Un hambre que lo doblegaba como un latigazo; veía todo a través de una niebla azul y al andar vacilaba, como un borracho. Sin embargo, no había podido quejarse ni gritar, pues su sufrimiento era oscuro y fatigante; no era dolor, sino angustia sorda, acabamiento; le parecía que estaba aplastado por un gran peso.

Sintió de pronto como una quemadura en las entrañas, y se detuvo. Se fue inclinando, inclinando, doblándose forzadamente y creyó que iba a caer. En ese instante, como si una ventana se hubiera, abierto él, vio su casa, el paisaje que se veía desde ella, el rostro de su madre y el de sus hermanos, todo lo que quería y amaba apreció y desapareció ante sus ojos cerrados por la fatiga... Después, poco a poco, cesó el desvanecimiento y se fue enderezando, mientras la quemadura se enfriaba despacio. Por fin se irguió, respirando profundamente. Una hora más y caería al suelo.

Apuró el paso, como huyendo de un nuevo y mientras marchaba resolvió ir a comer a cualquier parte, sin pagar dispuesto a que lo avergonzaran, a que le pegaran, a que lo mandaran preso, a todo; lo importante era comer, comer, comer. Cien veces repitió mentalmente esta palabra: comer, comer, comer, hasta que el vocablo perdió su sentido, dejándole una impresión de vacío caliente en la cabeza.

No pensaba huir; le diría al dueño: "Señor, tenía hambre, hambre, hambre, y no tengo con qué pagar... Haga lo que quiera". Llegó hasta las primeras calles de la ciudad y en una de ellas encontró una lechería. Era un negocito muy claro y limpio, lleno de mesitas con cubiertas de mármol. Detrás de un mostrador estaba de pie una señora rubia con un delantal blanquísimo.

Eligió ese negocio. La calle era poco transitada. Habría podido comer en uno de los figones que estaban junto al muelle, pero se encontraban llenos de gente que jugaba y bebía. En la lechería no había sino un cliente. Era un vejete de anteojos, que con la nariz metida entre las hojas de un periódico, leyendo, permanecía inmóvil, como pegado a la silla. Sobre la mesita había un vaso de leche a medio consumir.

Esperó que se retirara, paseando por la acera, sintiendo que poco a poco se le encendía en el estómago la quemadura de antes, y esperó cinco, diez, hasta quince minutos. Se cansó y parose a un lado de la puerta, desde donde lanzaba al viejo unas miradas que parecían pedradas.

¡Qué diablos leería con tanta atención! Llegó a imaginarse que era un enemigo suyo, quien, sabiendo sus intenciones, se hubiera propuesto entorpecerlas. Le daban ganas de entrar y decirle algo fuerte que le obligara a marcharse, una grosería o una frase que le indicara que no tenía derecho a permanecer una hora sentado, y leyendo, por un gasto tan reducido.

Por fin el cliente terminó su lectura, o por lo menos, la interrumpió. Se bebió de un sorbo el resto dé leche que contenía el vaso, se levantó pausadamente, pagó y dirigiose a la puerta. Salió; era un vejete encorvado, con trazas de carpintero o barnizador.

Apenas estuvo en la calle, afirmose los anteojos, metió de nuevo la nariz entre las hojas del periódico y se fue caminando despacito y deteniéndose cada diez pasos para leer con más detenimiento. Esperó que se alejara y entró. Un momento estuvo parado a lavar, indeciso, no sabiendo dónde sentarse; por fin eligió una mesa y dirigiose hacia ella; pero a mitad de camino se arrepintió, retrocedió y tropezó en una silla, instalándose después en un rincón.

Acudió la señora, pasó un trapo por la cubierta de la mesa y con voz suave, en la que se notaba un dejo de acento español, le preguntó: -¿Qué se va usted a servir?
Sin mirarla, le contestó:
- Un vaso de leche.
- ¿Grande?
- Sí, grande.
- ¿Solo?
- ¿Hay bizcochos?
- No; vainillas.
- Bueno, vainillas.

Cuando la señora se dio vuelta, él se restregó Las manos sobre las rodillas, regocijado, como quien tiene frío y va a beber algo caliente.

Volvió la señora y colocó ante él un gran vaso de leche y un platillo lleno de vainillas, dirigiéndose después a su puesto detrás del mostrador. Su primer impulso fue el de beberse la leche de un trago y comerse después las vainillas, pero en seguida .se arrepintió; sentía que los ojos de la mujer lo miraban con curiosidad. No se atrevía a mirarla; le parecía que, al hacerlo, conocería su estado de ánimo y su propósitos vergonzosos y él tendría que levantarse e irse, sin probar lo que había pedido.

Pausadamente tomó una vainilla, humedeciola en la leche y le dio un bocado; bebió un sorbo de leche y sintió que la quemadura, ya encendida en su estómago, se apagaba y deshacía. Pero, en seguida, la realidad de su situación desesperada surgió ante él y algo apretado y caliente subió desde su corazón hasta la garganta; se dio cuenta de que iba a sollozar, a sollozar a gritos, y aunque sabía que la señora lo estaba mirando no pudo rechazar ni deshacer aquel nudo ardiente que se estrechaba más y más.

Resistió,- y mientras resistía comió apresuradamente, como asustado, temiendo que el llanto le impidiera comer. Cuando terminó con la leche y las vainillas se le nublaron los ojos y algo tibio rodó su nariz, cayendo dentro del vaso. Un terrible sollozo lo sacudió hasta los zapatos.

Afirmó la cabeza en las manos y durante mucho rato lloró, lloró con pena, con rabia, con ganas de llorar, como si nunca hubiera llorado.

* * *

Inclinado estaba y llorando, cuando sintió que una mano le acariciaba la cansada cabeza y que una voz de mujer con un dulce acento español, le decía:
-Llore, hijo, llore...
Una nueva ola de llanto le arrasó los ojos y lloró con tanta fuerza como la primera vez, pero ahora no angustiosamente, sino con alegría, sintiendo que una gran frescura lo penetraba, apagando eso caliente que le había estrangulado la garganta. Mientras lloraba pareciole que su vida y sus sentimientos se limpiaban como un vaso bajo un chorro de agua, recobrando la claridad y firmeza de otros días.

Cuando pasó el acceso de llanto se limpió con su pañuelo los ojos y la cara, ya tranquilo. Levantó la cabeza y miro a la señora, pero ésta no le miraba ya, miraba hacia la calle, a un punto lejano, y su rostro estaba triste. En la mesita, ante él, había un nuevo vaso lleno de leche y otro platillo colmado de vainillas; comió lentamente, sin pensar en nada, como si nada le hubiera pasado, como si estuviera en su casa y su madre fuera esa mujer que estaba detrás del mostrador. Cuando terminó ya había oscurecido y el negocio se iluminaba con una bombilla eléctrica.

Estuvo un rato sentado, pensando en lo que le diría a la señora al despedir sin ocurrírsele nada oportuno. Al fin se levantó y dijo simplemente:
-Muchas gracias, señora; - adiós...
-Adiós, hijo... -le contestó ella.

Salió. El viento que venía del mar refrescó su cara, caliente aún por el llanto. Caminó un rato sin dirección, tomando después por una, calle que bajaba, hacia los muelles. La noche era hermosa y grandes estrellas: aparecían en el cielo de verano.

Pensó en la señora rubia que tan generosamente se había conducido e hizo propósitos de pagarle y recompensarla de una manera digna cuando tuviera dinero; pero estos pensamientos de gratitud se desvanecían junto con el ardor de su rostro, hasta que no quedó ninguno, y el hecho reciente retrocedió y se perdió en los recodos de su vida pasada. De pronto se sorprendió cantando algo en voz baja. Se irguió alegremente, pisando con firmeza y de decisión.

Llegó a la orilla del mar y anduvo de un lado para otro, elásticamente sintiéndose renacer, como si sus fuerzas interiores, antes dispersas, se reunieran y amalgamaran sólidamente. Después la fatiga del trabajo empezó a subirle por las piernas en un lento hormigueo y se sentó sobre un montón de bolsas.

Miró el mar. Las luces del muelle y las de los barcos se extendían por el agua en un reguero rojizo y dorado, temblando suavemente. Se tendió de espalda mirando el cielo largo rato... No tenía ganas de pensar, ni de cantar, ni de hablar. Se sentía vivir, nada más.

Hasta que se quedó dormido con el rostro vuelto hacia el mar.

FIN

LA NOCHE BOCA ARRIBA
Julio Cortazar

Y salían en ciertas épocas a
cazar enemigos;
le llamaban la guerra florida.

A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde, y se apuró a salir ala calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla.

En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y - porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.

Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo sobre la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.

Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla, y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho.

Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba a una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en las piernas. "Usé la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado." Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole a beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.

La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba.

El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos se rieron, y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.

Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó una mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.

Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.

Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se rebelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego.

"Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor de la guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada horrible del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.
- Se va a caer de la cama - dijo el enfermo de al lado. - No brinque tanto, amigazo -.

Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo y le clavó una gruesa aguja con un tubo que subía hasta un frasco de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.

Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no le iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.

Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como el escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizás los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en los muchos prisioneros que ya habían hecho, pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.

Olió los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces, los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.

- Es la fiebre - dijo el de la cama de al lado - A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien -.

Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin ese acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto.

Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina.

Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.

Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el suelo, en un piso de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.

Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y tuvo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas y en su lugar lo aferraron manos calientes. Duras como bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez de techo nacieran las estrellas y se alzara frente a él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.

Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó, buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y se abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala.

Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de humo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar.

Durante un segundo creyó que lo lograría, porque otra vez estaba inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía la muerte, y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

En la mentira de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.
FIN