Nosotras que nos queremos tantojue 28 de agosto, 2008 -
LETANÍA
Nosotros nunca nos realizamos.
Somos dos abismos — un pozo contemplando el Cielo.
Fernando Pessoa
Las calles se pintan de gris. El cielo está nublado y llueve. Los árboles obstruyen la escasa luz que emana el sol. La tierra huele a mojado. Cuando el ambiente conspira así, cómo no sentir melancolía, cómo darle la espalda al pasado, aquél que creemos olvidar: no es falta de cariño, lo queremos con el alma, en nombre de ése amor y por nuestro bien, le decimos adiós. Se acostumbra a olvidar, con la excusa de que, superando el pasado, podremos avanzar más lejos.
El recuerdo individual es una indescifrable maraña de estambre, es decir, un tejido creado por hilos que se cruzan, diferentes corrientes, distintas imágenes, olores, espacios, tiempos. Lo mismo el recuerdo social. Lo inevitable del pasado de cada persona es la perfecta inserción en el pasado colectivo, como una de las piezas del rompecabezas o una puntada en la costura del pantalón, pequeña pero esencial, igual que cada puntada que conforma la prenda de vestir.
La expresión de la historia es también parte del rompecabezas. Por siglos, el hombre externa la necesidad de dejar huellas para el futuro, una desconfianza en la memoria humana nos lleva a confiar en la memoria de otros materiales: la hoja y la tinta, el mármol, el lienzo y la pintura, la computadora. La contradicción se hace presente. Si queremos dejar atrás nuestra historia para avanzar, ¿por qué vamos dejando huellas?
La conformación intelectual del hombre, su ser “espiritual” y su ser físico se encuentran en constante relación de lucha y de conciliación. Se complementan, como se complementa la historia individual y la historia general. El arte, a través del cual se expresa ésta relación está
indisolublemente unido a la sociedad, y condicionado por el desarrollo de los procesos materiales que se dan en la vida misma; la producción de un texto está determinada por las relaciones sociales de producción dominantes en un período específico, bien sea en acomodo ideológico o en contradicción con la tendencia dominante (Blanco 27- 28).
Nosotras que nos queremos tanto, una obra literaria cuya autora es Marcela Serrano, forma parte de los textos que llevan escrita una historia individual y general en relación con la sociedad y los procesos materiales. La particularidad de la obra literaria consiste en no sólo reflejar tales relaciones determinadas por un tiempo y espacio, sino que trasciende dimensiones y es enriquecida por el acervo de cada lector.
El libro es, también, una historia en el plano de la ficción; cuatro personajes femeninos centrales que interactúan ante el lector. La voz narrativa principal es la de Ana, quien cuenta la historia de sus amigas. Hay un presente —la reunión en la casa del lago de la narradora—, una historia general definida que se entrelaza con el pasado, el de cada una de las personajes y el de todas las personajes juntas, en su trabajo, donde conviven. También coexiste con estos planos históricos, el plano del contexto histórico social en el cual se insertan los personajes, y que tiene referencias al contexto histórico real, si es que existe tal.
Y compartieron el hito más trascendente de esos años: la victoria de Salvador Allende y la llegada de la Unidad Popular al poder. Sara recuerda aquella noche del 4 de septiembre de 1970 en la Alameda como la noche más feliz de su vida. No olvida cómo corrían por la ancha avenida abrazándose unos con otros, todos. Sus ojos eran una sola ilusión mientras oía al candidato triunfante hablar esa noche desde el edificio de la Federación de Estudiantes de Chile (Serrano 90).
Marcela Serrano no exige. El lector puede decidir si quedarse en la lectura superficial, en la anécdota de estas cuatro mujeres llenas de vivencias al límite, entre la lucha personal y las relaciones de cada una, el amor, la desolación y desilusión, los chismes, su trabajo, sus angustias, sus depresiones, su diversión. Porque la forma de narrar la historia, la estructura de la obra, es sencilla, de lectura rápida, fresca. Se encuentran elementos de oralidad que permiten una mayor agilidad, numerosos diálogos pero, sobre todo, la historia contada, conformada por cuatro historias, es una historia nueva. Pocas novelas cuentan la historia de un pueblo a través de personajes femeninos y sus experiencias personales, lo que hace de Marcela Serrano una autora innovadora.
Pero el lector también puede aportar comprensión, preguntar el porqué de las emociones de cada personaje. Entonces, es inevitable la remisión a la historia del pueblo chileno. En la cita anterior, el lector puede responder ese porqué sobre la alegría, en un momento determinado, de un personaje, de Sara. Y cuando el lector, impulsado por el texto literario, hurga entre la historia real, acertará en sus respuestas sobre la felicidad de muchas otras personas que vivieron el momento al que se refiere el libro. Del mismo modo se responden otras emociones, la tristeza, la angustia, los secretos.
El proceso literario se cumple: el autor, con su contexto personal, ha producido un texto en base a normas literarias, con una estructura definida y con un referente, el mundo narrado es, sino completamente, el mundo real en tiempo y espacio; por último, la recepción se lleva a cabo en un ambiente sociocultural determinado, que es el del lector, quien tiene la decisión de elevar su competencia al informarse sobre el trasfondo histórico, social y cultural al que se refiere la obra literaria.[1] La lucha del pueblo chileno es la misma lucha de la mayoría de países latinoamericanos que intenta elevar su calidad de nación al erigir un lugar con un gobierno más propio de su país. En este caso, Chile comienza una batalla contra las dictaduras militares impuestas por los Estados Unidos, país que imponía regímenes de su agrado y conveniencia.
Los procesos históricos de Chile son sorprendentes, ya que se rebela a la tiranía de la influencia estadounidense militar a través de la lucha democrática y pacífica con la que triunfa el Presidente Salvador Allende, quien gobernará por poco tiempo ya que, Estados Unidos apoyado en la fuerza militar chilena comandada por el Partido Democrático Cristiano (los conservadores, enemigos de Allende) y en las clases burguesas da un golpe de estado usando la violencia y bombardea el Palacio de la Moneda, recinto del Presidente, el cual, mientras el edificio se derrumba, niega a salirse y comunica a través de una estación de radio:
Seguramente, ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción y serán ellas el castigo moral para quienes han traicionado su juramento: soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino, que se ha auto designado, más el señor Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al Gobierno, también se ha autodenominado Director General de Carabineros. Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡No voy a renunciar!
Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos (Allende 3).
Y así como Salvador Allende, el máximo representante de las esperanzas del pueblo chileno, no renuncia a sus sueños por una vida mejor, las personajes de Nosotras que nos queremos tanto tampoco lo hacen, luchan a través de toda la obra, y aunque a veces se pierden, van aprendiendo de sí mismas para convertirse en mejores mujeres, mejores madres, mejores amigas que contribuyan a hacer de su país, una tierra de bienestar. Aunque el socialismo se derrumbe con el golpe de estado, esto no representa una derrota sino la posibilidad de examinarse desde otra perspectiva, una que esté fuera de esa lucha por el pueblo.
Las protagonistas comprenden entonces que si no pueden hacer las grandes revoluciones, pueden hacer las pequeñas, las cotidianas que pocos perciben pero que son las revoluciones que logran la mejoría en las relaciones humanas, a saber: Isabel renuncia a su alcoholismo y a su papel de mujer renegada al hogar, se permite días libres para aclarar su mente; María reconoce que el amor se impone y se queda esperando a Ignacio con esperanzas; Ana enfrenta sus secretos, los comparte y se enriquece de las experiencias de sus amigas y Sara se deleita con su vida, se enorgullece de su trabajo sin lamentar sus pérdidas.
Ahora bien, respecto a la historia particular, la de cada mujer del libro, ellas mismas reflexionan; el lector perspicaz sabrá escuchar la voz de Marx aplicada a los personajes. Isabel es la mujer devota a su esposo y a los quehaceres del hogar quien termina extrañándose, perdiéndose; María y Sara, militantes de la izquierda, terminan aceptando y casi repudiando el partido al que pertenecían por considerarlo de obediencia casi militar, en donde quizá habrían cometido horribles crímenes en su nombre y que les coartó su libertad personal.
—No hubo tiempo para jugarnos por lo privado— dice María—. Lo público nos comió. Sólo ello fue válido. Y sin darnos cuenta cómo, nos robaron los muros del sesenta y ocho, y sólo nos quedaron las consignas del Santiago de los setentas. Que ganase el Pueblo, no yo. Que viniese el socialismo para los desposeídos, yo no lo necesito para mí. Que ganen las masas, no importa que yo no pertenezca a ellas. Pelear por el bienestar emocional era contradictorio con la lucha por el bienestar de las mayorías. La terapia era vilipendiada, entendida como un pecado de soberbia y autocontemplación. Ni el conductismo se salvaba. Cualquier intento de introspección se calificaba como producto del ocio y la vanidad. La opción por la felicidad era considerada casi obscena.
—Pobre generación nuestra— insiste Sara—: su lógica fue siempre competitiva: sólo entendió la vida como victoria o derrota. Fuimos polarizados dogmáticos, enfermos de sectarismo (Ídem 161)
La enajenación de Isabel, es la del obrero, la que produce opresión, ya que, al estar a cargo de todas las actividades del hogar (organización de las criadas, limpieza del hogar, estructuración de horarios de comida, de tareas, etcétera, compra de víveres, satisfacción y complacencia de los gustos de su esposo y cuidado de los cinco hijos, entre otras tareas), su existencia se diluye hasta volverse alcohólica, única expresión de su individualidad. La rebelión de Isabel, el obrero que es, no debe sorprender, ya que los impulsos que la llevan a la enajenación son los mismos que la llevan a levantarse esporádicamente por su persona, aunque, parece un proceso mismo de la enajenación debido a que las decisiones que toma la personaje se basan en la desesperación, y la conducen a la angustia —la infidelidad, el alcoholismo—, al pesado cargo de conciencia de corregir sus desvíos de las normas sociales, que la lleva de regreso a la enajenación.
Por otro lado, Sara y María se enajenan con su trabajo en el movimiento izquierdista, hasta reflexionar muchos años después sobre ello y darse cuenta del error. De lo extrañas que se consideran siendo así, trabajando por el partido con obsesión, acatando cada orden sin importar su humanidad ni la humanidad del otro. De esta forma, reflexionan,
—Creo comprender a los militares con esto de la “obediencia debida”. Al final, ¿éramos nosotros muy distintos a ellos? ¿Cuánto estábamos dispuestos a hacer por el partido? Todo. O casi todo. ¿Era nuestra responsabilidad? La diferencia es que las órdenes que nos daba el partido no eran criminales. Pero, si las hubiesen sido, ¿no habríamos encontrado una justificación? (Serrano 159)
Ni cómo obviar la lucha de clases. Empezando por las protagonistas, que conforman un amplio abanico de estratos sociales: María, burguesa, hija de terratenientes, con gran fortuna; Isabel, la niña que tuvo que encargarse de sus hermanos y después de sus cinco hijos, de familia de clase media. Sara, una ingeniera que tuvo que abrirse paso a la tradición de las mujeres en su casa —la cual dictaba quedarse y dedicarse a los trabajos del hogar—, dedicada después a su carrera y al quehacer político, siempre trabajadora, de clase media baja; y Ana, quien no cuenta gran parte de su historia para dedicarse a contar la historia de las otras, que se entremezclan con la de ella y quien también es de clase media, se ha casado joven y ha luchado por salir adelante y pagar sus estudios.
Ahora bien, el espacio en el que se desenvuelve la novela es, en su mayoría, espacios cerrados de casas amplias, bien amuebladas, tranquilas. Grandes residencias. Esto refiere a un bienestar económico propio de las clases acomodadas; pero este espacio va cambiando a medida que la narradora escarba en el pasado: el exilio muestra la dificultad económica, moral y psicológica con la que lidiaron personajes tales como Magda, María y Soledad, las tres hermanas de ascendencia burguesa. Lo mismo sucedía para Sara, quien, al inicio, vivió terribles experiencias y que terminó dedicada a su hija, en una casa agradable y con una criada. Ni hablar de Ana, con su casa del lago como casa vacacional, pero que antes vivía en un cuarto compartido mientras estudiaba su maestría, uno de los sacrificios que debió hacer para lograr sus metas.
La historia general indica sí, una lucha de clases evidente; sin embargo, la historia individual apunto hacia una comprensión de esas clases sociales. Cada personaje defiende sus ideales, ideales socialistas que, paralelos con la historia chilena, encontraban su representante máximo en Salvador Allende, presidente de Chile en el año de 1970 y derrocado por un golpe de estado en 1973. Estas mujeres aparentemente ficticias, llevan a cabo a través de su vida, lo que pocos se atreven en el mundo real: la persecución de sus sueños, el análisis de sus acciones, la realización de sus ideales. A pesar de que el lector puede separar de forma fácil las referencias a la historia real de las historias ficticias, es innegable que la historia de la sociedad chilena y del mundo, se vincula a través del lenguaje que pone una puesta en escena del otro en el presente (Certeau 68) , aunque el lenguaje sea literario. Por ello, la relación literatura, sociedad e historia es evidente.
Entre el tramado de las oraciones literarias que conforman la novela, se leen retazos de la historia, lo que hace del texto artístico uno de tantos documentos que atestiguan la historia de Chile; quizá se pueda objetar del subjetivismo propio de la novela y de la obra artística en sí misma, sin embargo, son, las referencias históricas, tan obvias, que no se puede voltear la cara al papel de la literatura como testigo y expresión de una historia real; Hyden White expresa la necesidad de la historia de regresar a sus fundamentos literarios para identificar el elemento ideológico, por ser el elemento ficticio en el discurso y para renovar la fuerza de la historia, con el fin de alcanzar una teoría que lleve a la Historia a ser una disciplina.[2] Si bien la intención del autor puede no ser histórica en sí misma, lo es por el simple elemento de intercalar la ficción con el referente del pasado real.
Pues bien, no importa el plano en el que se trabaje, la ruptura total con la historia es utópica; el olvido es, una cobardía, además, inexistente. Los personajes de Nosotras que nos queremos tanto son identificables y cercanos al lector porque han vivido lo que muchos otros, una lucha por su ideología, una lucha por la justicia, por la igualdad, no sólo económica, también de géneros. Porque Ana, María, Sara e Isabel son eslabones de la cadena que la sociedad conforma y que lucha por sostenerse; el feminismo de María, su lealtad a la poligamia, a la batalla por la mejora de las clases bajas; la de Isabel, por la liberación de las herencias maternales —el alcoholismo—, por su liberación misma; la lucha de Ana por la fidelidad, por su libertad; la de Sara, por alcanzar sus metas aunque esto signifique perder la esperanza de tener una relación amorosa estable y duradera que no la haga renunciar a su trabajo, es la lucha de todas las mujeres del siglo XX hasta nuestro presente, una lucha que sigue en pie por igualdad, por sentido común y que libran todas las mujeres, ficticias o reales.
La lucha de los ideales y de clases también es una batalla que sigue en pie, librándose desde lo más profundo de la sociedad; es la gente testigo día con día de las injusticias, de las necesidades del otro, de la ambición del otro; quizá la batalla ya no se libra con exilios, con armas y militares, sin embargo está presente aún y es innegable.
Se puede negar la capacidad de aplicar a Marx en la novela o a Danton, White, Corcuera, Blanco Aguinaga y hasta se puede negar la esencia misma de la novela en la obra de Serrano. Lo que no se puede negar es que el olvido, después de la lectura de Nosotras que nos queremos tanto, se reafirma como utópico, que la lucha continúa escondida en cada uno de los individuos que conforman la sociedad. Lo que no se puede negar es la reflexión. Porque la historia de cada personaje recuerda a la voz de cada persona; y la historia que viven, el ambiente en el que se desarrollan, recuerda el ambiente en el que nos desarrollamos como sociedad.
Y afuera tan gris, tan frío, tan melancólico; y adentro, en María, en Isabel, también, nostálgico. Los muertos se levantan de sus tumbas, rodean al lector de Marcela Serrano; y quien se atreve a aceptar la compañía e los muertos, no puede hacer más que cerrar los ojos y soñar, soñar con otro mundo; explicar el presente a través del pasado de los fantasmas: la terrible represión en Latinoamérica después de las luchas por la igualdad, las dictaduras militares a las que fueron sometidas las naciones, no son más que la respuesta a las interrogantes de la actualidad, de la apatía, de la indiferencia.
Nosotros que nos queremos tanto debemos separarnos, no me preguntes más — ¡ay historia, cómo dueles!—, no es falta de cariño, te quiero con el alma — luché por ti—, te juro que te adoro y en nombre de éste amor y por tu bien — para que no te repitas, para que no nos maten—, te digo adiós.
La historia evidencia que el hombre conquistó, palmo a palmo, el terreno interior que nació suyo. Demandó, metro a metro, el pantano en que se inmovilizó nulo. Parió su ser infinito pero se arrancó a golpes de sí[3]; es decir, luchó por ser, no por estar y terminó deshumanizándose, como en el presente, cuando no sabemos aún, después de la sangre derramada, hacia dónde vamos, ni quiénes somos y tampoco sabemos identificarnos con el otro, para ser plenamente.
[1] Cfr. Iser, Wolfgang. El acto de leer. Teoría del efecto estético. [s.l.]: Taurus, [s.f.]. p. 65
[2] Cfr. White, Hayden. El testo histórico como artefacto literario y otros escritos. Barcelona, Buenos Aires, México: Ediciones Paidós/ I.C.E. de la Universidad Autónoma de Barcelona, [s.f]. p. 139
[3] Cfr. Pessoa, Fernando. Libro del desasosiego. 5ª ed. Argentina: Emecé editores, 1998.
BIBLIOGRAFÍA
Allende, Salvador. Últimas palabras. [s.l]: [s.e], [s.f].
Blanco, Aguinaga, Carlos Julio Rodríguez Puértolas e Iris Zavala. Historia social de la literatura española (en lengua castellana) I. Madrid: Castalia, 1981. 13- 49.
Certeau, Michel de. La operación histórica. [s.l.]: [s.ed], [s.f].
Danto, Arthur. Historia y narración. Ensayos de filosofía analítica de la historia. Barcelona- Buenos Aires- México: Ediciones Paidós/ I.C.E. de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Geiss, Imanuel. “Condiciones históricas previas de los conflictos contemporáneos. En: Geiss, Imanuel, Dan Diner et al. Historia universal del siglo XXI. El siglo XX. 6ª ed. III. Problemas mundiales entre los dos bloques de poder. México: Siglo XXI editores, 1986.
Iser, Wolgang. El acto de leer. Teoría del efecto estético. [s.l]: Taurus, [s.f]
Marx, Karl. “El trabajo enajenado”. En: Manuscritos económico- filosóficos de 1844. México: Grijalbo, 2004.
Pessoa, Fernando. Libro del desasosiego. 5ª ed. Argentina: Emecé editores, 1998.
Serrano, Marcela. Nosotras que nos queremos tanto. 1ª reimpresión. México: Editorial Planeta, 2005.
White, Hayden. El texto literario y otros escritos [s.f.]. Barcelona, México, Buenos Aires: Ediciones Paidós/ I. C. E. De la Universidad Autónoma de Barcelona
jueves, 18 de junio de 2009
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